domingo, marzo 22, 2009

In the meantime, I'm a blogger.

De nuevo ordenando papeles, esos papeles que amenazan con jamás dejarse ordenar del todo por más empeño que ponga, me encuentro con un periódico que antes de ser definitivamente descartado me obliga a detenerme en unas líneas escritas por alguien a quien no conozco. Lo que me llama la atención, en realidad, es un provocativo título: "I'm not a blogger, so what?". Y más o menos dice:

"Durante este último tiempo he tenido sobradas muestras de que definitivamente estoy fuera del mundo. Mi afirmación se basa en que hoy no tener un blog es como vivir en Biafra, sin agua, sin techo y sin comida. No saber que postear es sinónimo de escribir (de hecho, ES escribir) y que comentar es lo que otros dicen de uno, me ha convertido en una alfabeta cibernética. [...] Es verdad, a mí sacarme de Word o a lo sumo de la página de las cuentas de correo electrónico no es fácil. De hecho, recién ahora me animo con un programa que me baja música y películas, y eso porque me fuerza el hecho de no tener televisión y necesitar ver algo que no sea yo misma reflejada en las ventanas de mi casa kosovar. Aunque, por cierto, todavía creo que un día me va a entrar un virus y me va a reventar todos los archivos que tengo y que no hago circular en un bendito blog propio, en ese espacio que -dicen- es donde uno se muestra a los demás. ¿Es que acaso soy una negada? Sí, si eso significa no entender por qué demonios la gente escribe cosas que jamás nadie leerá."

Listo, hasta acá. La desconocida sigue escribiendo, pero yo detengo mi transcripción en este punto. Porque... ¿Para qué escribir aquí cosas que jamás nadie leerá?

La pregunta es, como se comprenderá, todo un desafío. Pero antes de seguir, un par de observaciones. Por empezar, que si alguien lee estas líneas ya no será cierto eso de "cosas que jamás nadie leerá". Pero que si en efecto nadie las lee, al menos no deberá preocuparme demasiado la coherencia argumentativa que ponga en juego aquí.

Con lo cual puedo ir al siguiente punto, que es señalar que muy a pesar de no tener un blog propio su autora, las líneas en cuestión han terminado publicadas en uno. Y finalmente la cuestión de para qué las habrá escrito, si al fin y al cabo, ya sea en un blog, en una servilleta de papel o en un periódico de libre distribución con una tirada de algunos cientos de ejemplares las posibilidades de que alguien lea y retenga son prácticamente las mismas.

En realidad no interesa tanto el formato, sino el para qué se escribe. Y tal vez sea en procura de una incierta e ilusoria trascendencia. Escribimos para fijar algo que de otro modo sería todavía más fugaz de lo que es. Lo hacemos para convencernos, como hubiese dicho Julio Cortázar, de que podemos disfrutar de una inmortalidad de treinta o cuarenta años más por vivir. Y nuestras palabras, entonces, con algo de suerte, incluso un poco más que eso. Aunque nadie las vaya a leer en la pantalla; aunque las letras impresas en el papel estén también destinadas al fin y al cabo a desparecer en el olvido o en un bote de basura. Pero durante un tiempo, por más que sea un instante fugaz, nuestras palabras al quedar escritas siguen siendo nuestras, a la vez que cobran cierta autonomía. Allí están, fuera de nosotros, fuera del tiempo, y muertos nosotros acaso seguirán ellas siendo accesibles durante un tiempo más, dando cuenta de nuestro paso por esta tierra, ya sea on-line o en un papel. Al menos hasta que el papel desaparezca y los servidores se apaguen, o se borren las memorias, o colapse el sistema informático global, nadie nos da garantías de nada. Pero mientras tanto...

La cuestión en definitiva no es sino esa: el mientras tanto. Para eso es que escribimos. Para que haya un mientras tanto.

viernes, marzo 13, 2009

Para tener siempre presente


Magritte tiene razón. Con todo lo que su metáfora implica.

miércoles, marzo 11, 2009

Toulouse-Lautrec


"El cuerpo de una mujer es algo demasiado hermoso para ser perturbado por actitudes amorosas", dicen que acostumbraba decir Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec (1864-1901).

Desde su escaso metro y medio de estatura, acaso él sabía que el gesto sensual exacerbado de esa criatura bella, admirada y deseada, jamás le estaría destinado, condenado por ende a ser mero testigo y traductor de una belleza cautivante, pero tristemente ajena.

sábado, marzo 07, 2009

Un cuento sufí

El Maestro conocía las secretas palabras que pronunciadas de cierta manera lograban el prodigio de regresar los muertos a la vida. Durante años sus discípulos lo siguieron en silencio, aguardando inútilmente el momento de la revelación. Hasta que un día, cansados ya de la espera, un pequeño grupo se separó del resto y lo increpó aparte duramente, exigiéndole que compartiese con ellos su conocimiento. El Maestro se negó de un modo rotundo; ellos todavía no estaban preparados -les explicó- para conocer aquel, uno de los mayores secretos jamás revelados a los hombres. Pero los malos discípulos entonces lo amenazaron:

- Durante años te hemos obedecido y respetado, te hemos escuchado calladamente y hemos esperado con paciencia. Por todo eso es que hoy somos merecedores de aprender en modo de regresar lo muerto a la vida. Piénsalo de este modo: si en este mismo momento murieras violentamente, a causa de tu tozudez, no habría ni uno solo de tus discípulos que fuese capaz de devolverte la vida. Pero si te empecinas en callar tu secreto, de nada vale que te dejemos vivir.

El Maestro comprendió perfectamente la amenaza. Y aunque todavía intentó prevenirlos del riesgo que suponía conocer ciertas verdades, no logró convencerlos. Finalmente, aceptó compartir su secreto con ellos, con la condición de que luego se apartaran de su vida.

- Si yo muriese ahora mismo a manos de alguno de ustedes, por cierto que no quisiera que la vida me fuese devuelta; ni tampoco lo querré cuando llegue mi hora si muero al fin de vejez. De manera que recibid de mí el secreto de cómo la muerte puede ser convertida en vida de nuevo y alejaos, siendo con el manejo de esta verdad más prudentes de lo que habéis sido hasta ahora.

El Maestro enseñó entonces a aquellos discípulos las palabras secretas, y el preciso modo en que ellas debían ser dichas, tras lo cual se separaron, ellos por un camino, el Maestro por otro, tal como había sido convenido.


A pocas horas de haber andado, los discípulos se toparon con un montón de huesos tirados a un costado del camino, y decidieron poner a prueba las palabras aquellas que habían aprendido. Realizaron el ritual, tal como el Maestro se los había enseñado, y con enorme sorpresa fueron testigos de cómo aquellos restos resecos por el sol y el tiempo comenzaron a moverse, a acomodarse, a cobrar forma, cubriéndose de carnes y pellejos, ante los ojos asombrados de los propios hacedores del milagro. Poco duró sin embargo el asombro: aquellos huesos muertos, devueltos ahora a la vida, se convirtieron en una feroz bestia que acabó prontamente con los discípulos, dejando de ellos apenas unos tristes despojos, que quedaron librados a la hambruna de las aves carroñeras y los gusanos.

La moraleja de esta historia es tan evidente que ni siquiera creo que valga la pena ser comentada... No siempre el conocimiento va de la mano de la necesaria sabiduría para manejarlo.

(Para Cecilia, del otro lado de la Cordillera...)

viernes, marzo 06, 2009

El cristal con que se mira

“Quien no conoce la verdad es un tonto, pero quien la conoce y la oculta, es un criminal” ,le hace decir Bertolt Brecht a Galileo Galilei en “Leben des Galilei” (1955).

Y esto, que sin duda alguna es verdad -valga la redundancia- dentro de un determinado contexto, también es una aseveración riesgosa, en más de un sentido. Por empezar, porque nos enfrenta a la necesidad de definir qué cosa sea la verdad, si es que acaso existe una sola y unívoca, o si por el contrario hay una verdad que es válida para cada uno, en un determinado momento y circunstancia, pero jamás universal y eterna.

Y por otra parte, porque quién sabe si no habrá verdades que sea mejor callar, en caso de conocerlas; desconocerlas, en caso de no haberlas aún develado. Vaya uno a saber qué cosas pudieran suceder en caso de que la palabra o el conocimiento convocasen aquello que mejor debiera permanecer oculto.

No estoy haciendo una apología del oscurantismo. Simplemente me pregunto si no nos habremos excedido un poco con esta pretensión positivista de descubrir la verdad a cualquier costo, sin siquiera estar seguros de poder manejala, de poder soportarla en caso de tenerla delante de nuestros ojos. ¿Y si la verdad fuese capaz de matarnos con su revelación? ¿Incluso así valdría la pena conocerla?

De más está decir que no tengo la respuesta para estas preguntas. Y confieso que quién sabe, si en caso de tenerla, me atrevería a escribirla aqui. De verdad lo digo.

lunes, marzo 02, 2009

Fragilidad

Hace algún tiempo alguien me pasó este texto, con el cual hoy vuelvo a toparme, firmado por Carlos G. Vallés, extractado de un libro que se titula Dinámica de las relaciones humanas:

"Ser vulnerable no es ser débil. Al contrario, sólo una persona firme y madura puede permitirse conocer su propia vulnerabilidad, aceptarla y dejar que se sepa. La persona débil oculta su debilidad, evita los ataques y erige defensa para protegerse y poder huir. Una armadura pesada siempre esconde un carácter débil.

"Durante mis estudios de matemáticas tuve ocasión de observar a profesores de todo tipo. El mejor de todos ellos era un verdadero sabio en la materia, lo sabía todo y lo entendía todo, era genial en sus demostraciones y encantador en sus constantes equivocaciones al hacer los cálculos más sencillos. Recibía de buena gana cualquier sugerencia. Sabía la asignatura y más, y sabía que sabía, y sabía que nosotros sabíamos que sabía, y eso le permitía mostrar abiertamente su ignorancia llegado el caso, en vez de tratar de disimular un error con falsos pretextos. Era abiertamente vulnerable, y lo era precisamente porque estaba seguro de sí mismo.

"La confesión de vulnerabilidad nos abre a relaciones amistosas con otras personas, ya que ellas son tan vulnerables como nosotros. En la debilidad se esconde la fuerza, y éste es el principio de salvación en todos los órdenes. Ser vulnerables quiere decir confesar sentimientos, admitir que no somos indiferentes a la alabanza o al desprecio, a la comodidad o a la molestia, al éxito o al fracaso; quiere decir revelar el mal humor así como el bueno, y saberse y declararse víctimas de la envidia y el enfado y el desánimo y la ansiedad. Ser vulnerable quiere decir que no siempre nos sentimos felices, no siempre estamos de buen talante, no siempre nos dominamos, no siempre estamos seguros de lo que hacemos o de porqué motivo lo hacemos. Ser vulnerable quiere decir ser humano."

Me reconozco altamente vulnerable, aunque no seguro en mi mismo. De hecho mi inseguridad es parte de mi vulnerabilidad, supongo. Esto por un lado.

Por el otro, recuerdo haber leído que los delfines, cuando quieren mostrarse amistosos con otros de su misma especie, nadan con la zona ventral hacia arriba. Y esto así, porque el vientre de los delfines es muy vulnerable, y un golpe o una mordida de otro animal en ese lugar podria ser mortal. El delfín se ofrece para mostrar que no tiene intenciones agresivas. Es como el gesto humano de palmas abiertas hacia arriba, para mostrarse desarmado. Gesto del cual deriva el más urbano apretón de manos. Mostrarse vulnerable es una actitud similar. Es un modo de ofrecerse.

Pero no solemos mostrarnos vulnerables. Y me pregunto si es sólo por lo que dice Vallés. O si no será también porque no logramos ver en el otro algo diferente de un adversario. Sería triste llegar a una conclusión semejante. Y lo curioso es que de nosotros mismos depende, en gran medida, que así sea o no.