De nuevo ordenando papeles, esos papeles que amenazan con jamás dejarse ordenar del todo por más empeño que ponga, me encuentro con un periódico que antes de ser definitivamente descartado me obliga a detenerme en unas líneas escritas por alguien a quien no conozco. Lo que me llama la atención, en realidad, es un provocativo título: "I'm not a blogger, so what?". Y más o menos dice:
"Durante este último tiempo he tenido sobradas muestras de que definitivamente estoy fuera del mundo. Mi afirmación se basa en que hoy no tener un blog es como vivir en Biafra, sin agua, sin techo y sin comida. No saber que postear es sinónimo de escribir (de hecho, ES escribir) y que comentar es lo que otros dicen de uno, me ha convertido en una alfabeta cibernética. [...] Es verdad, a mí sacarme de Word o a lo sumo de la página de las cuentas de correo electrónico no es fácil. De hecho, recién ahora me animo con un programa que me baja música y películas, y eso porque me fuerza el hecho de no tener televisión y necesitar ver algo que no sea yo misma reflejada en las ventanas de mi casa kosovar. Aunque, por cierto, todavía creo que un día me va a entrar un virus y me va a reventar todos los archivos que tengo y que no hago circular en un bendito blog propio, en ese espacio que -dicen- es donde uno se muestra a los demás. ¿Es que acaso soy una negada? Sí, si eso significa no entender por qué demonios la gente escribe cosas que jamás nadie leerá."
Listo, hasta acá. La desconocida sigue escribiendo, pero yo detengo mi transcripción en este punto. Porque... ¿Para qué escribir aquí cosas que jamás nadie leerá?
La pregunta es, como se comprenderá, todo un desafío. Pero antes de seguir, un par de observaciones. Por empezar, que si alguien lee estas líneas ya no será cierto eso de "cosas que jamás nadie leerá". Pero que si en efecto nadie las lee, al menos no deberá preocuparme demasiado la coherencia argumentativa que ponga en juego aquí.
Con lo cual puedo ir al siguiente punto, que es señalar que muy a pesar de no tener un blog propio su autora, las líneas en cuestión han terminado publicadas en uno. Y finalmente la cuestión de para qué las habrá escrito, si al fin y al cabo, ya sea en un blog, en una servilleta de papel o en un periódico de libre distribución con una tirada de algunos cientos de ejemplares las posibilidades de que alguien lea y retenga son prácticamente las mismas.
En realidad no interesa tanto el formato, sino el para qué se escribe. Y tal vez sea en procura de una incierta e ilusoria trascendencia. Escribimos para fijar algo que de otro modo sería todavía más fugaz de lo que es. Lo hacemos para convencernos, como hubiese dicho Julio Cortázar, de que podemos disfrutar de una inmortalidad de treinta o cuarenta años más por vivir. Y nuestras palabras, entonces, con algo de suerte, incluso un poco más que eso. Aunque nadie las vaya a leer en la pantalla; aunque las letras impresas en el papel estén también destinadas al fin y al cabo a desparecer en el olvido o en un bote de basura. Pero durante un tiempo, por más que sea un instante fugaz, nuestras palabras al quedar escritas siguen siendo nuestras, a la vez que cobran cierta autonomía. Allí están, fuera de nosotros, fuera del tiempo, y muertos nosotros acaso seguirán ellas siendo accesibles durante un tiempo más, dando cuenta de nuestro paso por esta tierra, ya sea on-line o en un papel. Al menos hasta que el papel desaparezca y los servidores se apaguen, o se borren las memorias, o colapse el sistema informático global, nadie nos da garantías de nada. Pero mientras tanto...
La cuestión en definitiva no es sino esa: el mientras tanto. Para eso es que escribimos. Para que haya un mientras tanto.