domingo, octubre 26, 2008

La relevancia de los blogs

Cada vez que corrijo parciales de mis estudiantes, me detengo en las citas que escogen a la hora de querer ilustrar las cosas que ellos mismos dicen. Es cierto que son palabras de otras personas, pero siempre pienso que en la elección de una cita adecuada también se ve el grado de comprensión de un determinado tema.

Y cada tanto copio algunas de esas citas allí. Sobre todo cuando, como sucede en este caso, con estas palabras de Eduardo Galeano, esas citas parecen estar dando cuenta del sentido de este espacio.

Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela. Antes de morir, le reveló su secreto: "La uva -le susurró- está hecha de vino."

Marcela Pérez Silva me lo contó, y yo pensé: "Si la uva está hecha de vino, quizás nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos."

domingo, octubre 19, 2008

El otro, ese (indeseable) necesario...

Para responder a la consigna de un parcial, un estudiante me sorprende al comenzar con una cita de un breve relato de Mario Benedetti que aún yo no conocía:

"Al principio la muerte del Otro fue un rudo golpe para el pobre Armando; pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó."

En realidad Benedetti no habla de "el Otro", sino de "el Otro Yo". Pero he preferido omitir este último pronombre, para que se comprenda mejor la idea, acaso no la de Benedetti, pero al menos sí la mía y -estimo- la del estudiante en cuestión.

El Otro es el que nos condiciona a ser como somos. Nos impugna con su constante presencia, con su permanente mirada. Nos obliga a ser de determinada manera, diferente -quizás- a como seríamos si ese Otro no estuviese presente. Nos obliga a actuar un personaje, en definitiva, que somos nosotros, pero que al mismo tiempo es alguien diferente, una impostura.

La repentina ausencia del Otro nos otorga la ansiada libertad. Pero también, a la larga, el desamparo. Sería relativamente sencillo liberarnos de esa mirada constante, de ese otro que nos impugna, que permanentemente nos obliga a seducirlo, actuando de alguien que en verdad no somos. Pero, ¿qué seríamos entonces?

Tal vez por eso es que constantemente buscamos esa mirada.
Sin esa mirada, ni vos ni yo seríamos nada.

Vos sos mi Otro. Yo soy tu Otro.
Somos nosotros, mirándonos como en un espejo.

lunes, octubre 13, 2008

Aves que deben volar

-¿Para qué existen, mamá, las palabras que no se dicen?

Así termina un brevísimo relato de Eduardo Galeano, incluido en su libro Bocas del tiempo.

Y alguien, en algún espacio de ese lugar informe que es internet parafraseó esta frase para preguntarse:

"¿Para qué existen los libros que no se leen?"

El cuestionamiento no es inocente. Apunta a generar un debate respecto a las normativas relativas a los llamados copyrights y copywrongs, un término que se acuñó recientemente, casi como una humorada, a partir del cambio en el juego de los derechos autorales promovido por las nuevas tecnologías digitales.

¿A quién pertenecen las ideas? ¿Pueden colocarse en un mismo nivel, en cuanto al derecho de propiedad se refiere, los bienes materiales y los inmateriales? Alguien dijo que si una persona roba una manzana de un cajón, se beneficia teniendo algo que antes no tenía, no habiendo dado por eso nada a cambio, en tanto otro tendrá algo menos de lo que tenía antes, no habiendo recibido a cambio nada.

Pero las ideas, a diferencia de lo que ocurre con las cosas materiales, se multiplican. Y cuando esto ocurre, hay alguien que tiene algo más, que antes no tenía... Pero lo cierto es que a nadie le faltará nada que antes tuviera.

"¿Para qué existen los libros que no se leen?" Yo no sé.

Pero de pronto pienso que tal vez sea un acto de justicia, al fin y al cabo, liberar tantas palabras encerradas, soltarlas como si fuesen pájaros enjaulados, que al fin y al cabo ningún derecho tienen sobre ellos quienes allí los mantienen presos, por más que los hayan adquirido legalmente. Debería haber una ley que impidiese tener libros enjaulados, de hecho.

domingo, octubre 12, 2008

Día de la raza


Fue un 12 de octubre de 1492. Colón llegaba a las Américas con sus tres carabelas. Durante muchos años en las escuelas se enseñó la postal, más pintoresca que histórica, del genovés rodilla en tierra, su estandarte en alto, la mirada puesta en el cielo, como agradeciendo a su dios único que hubiese puesto fin a la intrépida travesía, justo antes de que sus hombres, hartos ya de tanta navegación, se amotinaran. Quién sabe cuál hubiese sido el destino de América de haber exigido aquellos hombres un improbable regreso a Puerto de Palos, agotadas ya las provisiones, las esperanzas y las paciencias.

Durante todos esos años acompañamos el viaje oteando el horizonte desde el puesto de vigía de la Pinta, justo a Rodrigo de Triana, para gritar "Tierra a la vista". Curiosa paradoja identitaria, hablábamos de Europa como el Viejo Mundo, llamándonos al mismo tiempo americanos, cuando los verdaderos americanos, dueños hasta entonces de estas tierras, de la misma edad que Europa, veían llegar desde las costas a los invasores del mundo nuevo, hasta entonces desconocido, confundiéndolos con dioses. Poco tiempo les llevará comprender su terrible error.

El 12 de octubre sirvió como excusa para más de un acto escolar. Niños vestidos como Colón, carabelas de cartón y papel glasé metalizado. La historia se repite, y ahora es como padre que tengo que asistir a uno más de esos actos. Alguien habla allí de un "encuentro de culturas". Yo me pregunto si se trata de ingenuidad, de pura ignorancia o de simple imbecilidad. Porque el mismo que habla de ese pretendido encuentro también defiende el reconocimiento de otras culturas y, colmo de los colmos, termina invocando a un dios que a los americanos originales sólo les trajo muerte y devastación.

¿Cómo es posible, me pregunto, que ese dios que supuestamente propone que todos sus hijos son iguales ante su mirada haya servido para justificar la salvaje destrucción de miles y miles de vidas a través de la esclavitud y el martirio? La respuesta es simple: los invasores ni siquiera estaban dispuestos a ver en los nativos americanos algo parecido a seres humanos. La pretendida imposición de un dios falso, y no porque Cristo lo sea, sino porque nada de cristiana tenía la prédica aquella, sólo buscaba justificar los saqueos y el exterminio.

Jamás hubo un encuentro de culturas. Sí hubo, en cambio, aniquilación. Me imagino a ese hombre que habló de encuentro de culturas, que invoca al dios de los invasores para fundamentar su imaginaria identidad americana, viendo arrasada su casa, asesinada su gente, vilipendiada su cultura, siendo él mismo esclavizado. ¿Hablaría todavía de "un encuentro de culturas" si le hubiese tocado a él ser la víctima, en lugar de ser el heredero de los victimarios?