domingo, diciembre 24, 2006

Culpa y redención



(Música: Clara Schumann, Allegretto del Trío en sol menor Op. 17)


Todos somos culpables por algo.
No hay hombre ni mujer en el mundo
que no sea responsable de algún crimen.
Somos culpables por lo que decimos
y por cada cosa que callamos;
culpables por nuestras derrotas
pero también por nuestros triunfos,
que suelen suponer la derrota de alguien.

Somos culpables por nuestras necedades,
por nuestras cegueras y nuestras falsedades.
Culpables por nuestras ambiciones
y también por nuestros conformismos.
Y somos asimismo culpables
-acaso más que ninguna otra cosa-
por todo aquello en lo cual pretendemos
no tener culpa ninguna.

En efecto, somos culpables
por cada uno de nuestros miedos,
por cada una de nuestras renuncias,
y por nuestras pretendidas y falsas inocencias.
Como si alguien se llamara a sí mismo honesto
por nunca haberse vendido,
cuando la realidad es que jamás nadie
le ofreció servirse de una prebenda.

Somos culpables.
Y lo único capaz de redimirnos es la belleza.
Es por eso que te busco.
Es por eso que te invoco.
Es por eso que te necesito.
La mía es una búsqueda urgente,
en cierto modo indispensable
y al fin y al cabo inocente.

lunes, diciembre 18, 2006

La pureza vs. la fuerza...







Adoramus te, Christe,
et benedicimus tibi.
Quia per sanguinem
tuum pretiosum
redemisti mundum.
Miserere nobis.




Cuando volví después a su casa me dijo:
- ¿Sabes quién es el más grande de los músicos?
- Pues, no... -le contesté-. Quizás Beethoven...
- No -me dijo ella-. Ven a escucharlo.

Había conseguido algunos discos de Monteverdi; madrigales; y me los puso. Protesté, diciendo que sí, que me gustaba mucho Monteverdi, pero no más que Beethoven.

A ella Beethoven le empezaba a gustar menos que en su juventud. En los tiempos previos a la guerra, parecía preferir a Monteverdi, Bach, Mozart, el canto gregoriano. Desconfiaba cada vez más de la fuerza, incluso en el arte. Muchas veces discutimos respecto de Wagner. Me decía que después de haber escuchado a Wagner tenía la impresión de haber recibido una serie de bastonazos.

También en las artes plásticas sus gustos parecían haber evolucionado de manera semejante. Siempre le había gustado Miguel Angel, pero después le llegaron a gustar tanto, o más, pintores como Giotto, Masaccio, Leonardo, Giorgione. Cada vez más prefería la pureza a la fuerza."

Quien escribe las líneas de más arriba es Simone Petrement, compañera de estudios y amiga de la pensadora francesa Simone Weil, que es a quien en definitiva hace alusión el fragmento. Curiosamente, mi hallazgo de este breve relato coincidió, con unas pocas horas de diferencia, con la recepción, desde Italia, de un hermoso disco con piezas de Monteverdi y Frescobaldi a cargo del ensamble Musica della Corte, que dirige un viejo conocido mío, Eduardo Notrica. Fue esta casualidad la que me llevó a querer reunir ambos elementos en este comentario.

Si en el mundo del arte el lugar preponderante debería ser ocupado por la pureza o la fuerza, es algo sobre lo cual no tengo aún una opinión establecida. No creo estar dispuesto, al menos todavía, a renunciar a Wagner ni a Beethoven, en favor de otras expresiones. No creo, de hecho, en esta clase de exclusiones. Pero reconozco que en estas últimas horas encontré, en estas músicas de Monteverdi, tan bellamente interpretadas, un exquisito bálsamo, que no me canso de escuchar una y otra vez. Por algún motivo, en estos últimos días, la paz y la pureza me resultan cosas tan cercanas y necesarias. Mucho más que la fuerza, mucho más que la razón.

miércoles, diciembre 13, 2006

Las alas del deseo



Esta mañana, al leer la anotación simple de una bella amiga en su blog, recordé de pronto este pasaje, tomado de la película "Las alas del deseo" del cineasta alemán Win Wenders. Es el diálogo entre dos ángeles, dedicados a llevar un registro de los momentos simples de los humanos. Momentos simples que, sin embargo, los ángeles sabiamente rescatan, porque saben que son ellos los que constituyen, en definitiva, la verdadera humanidad de las mortales criaturas. Una humanidad que pronto será el objeto del deseo de uno de estos dos ángeles, cansado de vivir una existencia idealmente eterna, pero carente de poesía.


Salida del sol: 7:22 / Puesta del sol: 16:28
Salida de la luna: 19:04 / Puesta de la luna...
Nivel del agua en el Havel y el Spree...
Hace 20 años se estrelló un caza soviético cerca de Spandau, en el lago Stossen. Hace 50 años, fueron las olimpíadas. Hace 200 años Blachard sobrevoló la ciudad en un globo aerostático.

¿Y hoy?

En el lago de Lilienthal alguien aminoró el paso y miró a sus espaldas, hacia el vacío. En la oficina de correos, alguien quería acabar para siempre. Pegó sellos especiales en sus cartas de despedida, uno en cada una, y luego en Mariannenplatz habló con un soldado americano, en inglés, por primera vez desde que terminó el colegio, y lo hizo con soltura. En Plotzensee, un preso, antes de tirarse de cabeza contra el muro, dijo: “Ahora”. En el subterráneo, el conductor, en lugar del nombre de la estación, gritó de pronto: “Tierra de fuego”. En Rehbergen, un anciano leía La Odisea a un niño. Y el pequeño oyente, que había dejado de parpadear... Y tú, ¿tienes algo que contar?

Una viandante, que cerró el paraguas en medio de la lluvia, y se dejó empapar. Un colegial, que describía a su profesor cómo crece el helecho de la tierra, y el profesor sorprendido. Una ciega, que palpó su reloj al sentir mi presencia...

Es maravilloso vivir sólo en espíritu día tras día, para la eternidad. Atestiguar sólo lo espiritual de la gente. Pero a veces me hastía mi existencia de espíritu. Ya no quisiera este flotar eterno, quisiera sentir un peso que anulara en mí lo ilimitado y me atara a la tierra. Poder, a cada paso, a cada golpe de viento, decir “ahora”, “ahora” y “ahora”. Y no más desde siempre y para siempre. Tomar el asiento libre en una partida de cartas. Ser saludado, aunque sólo fuese con un gesto.

Siempre que hemos participado, ha sido sólo en apariencia. Nos hemos dejado dislocar la cadera en peleas nocturnas, en apariencia. Hemos capturado un pez, en apariencia. Nos hemos sentado a las mesas, hemos bebido y hemos comido, en apariencia. Nos hicimos asar corderos y servir vino, allá en las tiendas del desierto, siempre en apariencia. No pido engendrar un niño o plantar un árbol, pero ya sería algo, de vuelta a casa tras un largo día, dar de comer al gato como Philip Marlowe. Tener fiebre, tener los dedos negros de leer el periódico, fascinarse no sólo por el espíritu sino, al fin, por una comida, por la curva de una nuca, por una oreja... ¡Mentir como respirar! Sentir, al andar, que mi esqueleto anda conmigo. Intuir, por fin, en lugar de saberlo todo. Poder decir “Ay” y “Oh” y “Ah” y “Ja”... en lugar de “Sí” y “Amén”.

Alguna vez poder fascinarse por el mal. Andando entre los viandantes, atraer a todos los demonios de la tierra y al fin expulsarlos al aire.
¡Ser un salvaje!

O sentir al fin lo que es quitarse los zapatos debajo de la mesa y estirar los dedos del pie así, descalzo...

El goce de alzar la cabeza hacia la luz, al aire libre, el goce de los colores iluminados por el sol, en los ojos de las personas.

Dejar que las cosas ocurran...

domingo, diciembre 10, 2006

Algo de música: Esteban Colucci



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Esteban Colucci es otro de los artistas que, vaya uno a saber por qué motivo, han decidido confiar en un servidor la confección de la gráfica de sus discos. Si el agradecimiento por semejante deferencia no fuese motivo suficiente para presentar aquí una breve muestra de su material, Esteban es además un excelente músico, inquieto y particularmente personal en la elección de su repertorio.

Lo que se puede escuchar aquí es una breve selección del material que integra su CD "Contrastes", integrada por el movimiento final de Eclogues, el opus 206 del italiano Mario Castelnuovo Tedesco (1895-1968) y pegado, como si de una misma composición se tratara, dos de las cuatro piezas para clarinete y guitarra que componen la obra titulada Ctri Kusy, del compositor Stepan Rak.

Si Castelnuovo Tedesco es un compositor que aún no ha sido reconocido en la medida justa de sus méritos, Stepan Rak constituye un hallazgo. Es poco y nada lo que se sabe de los orígenes de este músico, nacido en 1945, en fecha imprecisa. Fue encontrado entre las ruinas de una casa bombardeada en Chust, un pequeño prueblo de Ucrania. Unos soldados soviéticos se apiadaron de él, lo subieron a su tanque y lo trasladaron hasta Praga donde quedó al cuidado de un médico ruso primero, para luego ser criado por una gitana. Su música, en todo caso, parece el reflejo de alguno de los misterios que hacen a su particular historia.

Los músicos que acompañan a Esteban en estas pistas son Gabriela Galván en flauta y Liliana Segal en clarinete.

viernes, diciembre 08, 2006

Invocación imaginaria















Yo no sé qué sucedió.
Pero esta mañana
(me parece recordarlo, al menos)
había un arriba y un abajo.
Y ahora, de repente me doy cuenta,
que de algún modo misterioso alguien
ha logrado hacer desaparecer el suelo
y todo lo que queda son nubes.

Entre las nubes escucho una voz.
Es una voz de mujer que me dice:
“¡Cruzaremos todo el mar!”
Y enseguida me saluda: “¡Hola!...”
Yo miro a mi alrededor y no hay nadie.
Pero mi torpeza es evidente:
hay cosas que no pueden verse
si no es con los ojos del alma.

Hoy la jornada es extraña.
Es día de magia y de duendes.
De bellas hadas y desnudas ninfas.
Solamente así se explica
que alguien le haya robado
a todas las calles sus nombres,
y que se haya torcido
el destino de algunos hombres.

martes, diciembre 05, 2006

De memorias y fantasmas




Los fantasmas existen. Ya no me quedan demasiadas dudas al respecto. Y no sólo eso, sino que además podemos verlos fácilmente. Basta con que tomemos cualquier fotografía lo suficientemente antigua como para garantizarnos que quienes aparecen en ella retratados ya no están en el mundo de los vivos. Nuestras propias fotos se convertirán, llegado su momento, en las marcas innegables de otros fantasmas que hoy todavía insisten en permanecer vivos. Por suerte, y que así siga siendo todavía por más tiempo.

Pero hay fotos y fotos. Esta que me enviaron hace algunos días por mail desde Francia, fruto de una serie de curiosas coincidencias, tiene algo muy particular. Los hombres de la foto llevan mi mismo apellido. Quien está sentado es mi biseabuelo, Adolphe Georges Serain (1868-1924), casado con Marie Chagnier, que aparece sentada a su lado. De pie, sus cuatro hijos: Louise Léonie (1898-1983), Georges Amédé (1900-1928), Mathilde Madeleine (1902-1989) y Raoul (1905-1938).

El último de los nombrados, el joven Raúl, que es quien aparece parado en medio de sus hermanas, era mi abuelo. Nunca lo conocí. Ni siquiera lo llegó a conocer mi padre, Raúl Jorge, que era apenas una criatura cuando su padre, mi abuelo, decidió poner fin a su vida ingiriendo un mortífero veneno. Tenía nada más que treinta y tres años. Siete menos de los que yo tengo en el momento de escribir estas líneas.

Es la primera vez que veo una fotografía de mi abuelo. No sabía que tuviese hermanos. Ni mucho menos que sus hermanas se hubiesen casado y tenido a su vez hijos, con un apellido que ya no es el mío, pero que de todos modos vienen a nutrir mi genealogía. Por alguna razón, vinculada de seguro al temor de abrir sin desearlo antiguas heridas, jamás pregunté nada. Ni a mi padre, ni a mi abuela. Ninguno de los dos dijo nunca nada al respecto. Hoy mi abuela ya no está, y a mi padre le respeto el silencio.

Mas no es la genealogía lo que me interesa, al menos en este momento. Sino el rostro inquietante de este fantasma, que mira a la cámara, esperando ser retratado, sin saber que tantos años más tarde, cuando él ya no pertenezca al mundo de los vivos, el hijo de su hijo lo estará observando, descubriendo con inquietud en la fotografía los rasgos de su propio padre, y quién sabe acaso también los suyos propios.

Las preguntas se amontonan, entonces. Un doloroso porqué que tantas veces antes habrá sido elevado por mi padre. Pero que en esta ocasión se propone como un porqué piadoso. Sólo Dios sabe, si es que acaso existe Dios, qué cosas pudieron pasar por el alma y la mente de ese hombre, que lo llevaron a tomar una determinación tan trágica, dejando solos a su esposa y a su hijo. Son preguntas para las cuales no existen respuestas. Sólo una historia oscura, a la cual me tienta, sin embargo, pedirle que vuelque algo de luz sobre algunas cosas del presente.

Es claro y evidente que esta anotación es personal. No hay aquí nada que pueda ser compartido con un lector que no conozca a quien escribe. Y sin embargo tiene que ver con uno de los comentarios que recibí en una de mis anotaciones anteriores. Allí alguien declara su deseo de ver fotos de fantasmas. Pues bien, he aquí una. Claro, cada persona tiene sus propios fantasmas, y yo me he encontrado aquí con algunos de ellos. Si esta foto hubiese llegado a mis manos hace algunos años, acaso hubiese podido conocer a Mathilde Madeleine o a Louise Léonie. No sé aún cuál sea cuál. Me atraen los rasgos de la dama vestida de oscuro. Una joven misteriosa, que curiosamente ha sido mi tía abuela. Extraño contacto éste que hoy establezco con ella, a través de los inconmensurables mares del tiempo.

Pronto me encontraré con una de las hijas de una de estas dos damas, y también con Mirta, que ha sido una de sus nietas. Seguramente no podrán darme las respuestas que busco. Pero esta foto ya es bastante por el momento. Las historias, por más oscuras que sean, tienen también sus luces. Y yo cuento con este cuadro familiar como guía. Como constancia de que el tiempo es implacable. Y la vida tan frágil y paradójica.