domingo, diciembre 31, 2017

Hasta que la sal del mar

Ahora de repente llueve.
Copiosamente llueve.
Bendita sea esta lluvia,
que viene a recordarnos
como si fuese una metáfora
que una redención acaso
es todavía posible.
Aunque haría falta tanta lluvia
para lavar todo lo que necesita ser lavado.
Cuarenta noches y cuarenta días
de lluvia serían necesarios,
una lluvia interminable,
hasta que la sal del mar se disolviera
en el agua nueva
y no quedaran rastros
de suciedad en las almas.
Yo pienso en mí, pienso en vos,
pienso en cada uno de nosotros
y me hago preguntas para las cuales
quizás no existan respuestas.
La lluvia salpica mi rostro
y unas gotas se deslizan
hasta el borde de mis labios.
Siento un curioso regusto salado.


martes, diciembre 26, 2017

A medida que caminamos

Necesito detener el tiempo
pero el tiempo se niega a detenerse.
Cae la noche sobre esta parte del mundo.
Sucede pacíficamente, y sin embargo
algo hace resurgir la angustia.
Observo el cielo y comprendo
que todavía debo encontrarme,
que esa es mi tarea más urgente.
De pronto creo escuchar la voz
del niño que alguna vez fui
rogando por un amparo
que aun no consigo darle.
Empero, hoy ha sido un buen día.
Es extraño el contraste:
el llanto y la risa,
las ganas y el miedo,
el desasosiego y el amor
que descansa ahora mismo
bajo otros cielos,
en otro rincón del planeta,
y acaso sueñe conmigo
que permanezco aquí
pensando en su boca,
su cuello, sus ojos,
mientras intento hallarme.
Y a través de la distancia imagino
que ella me mira y me dice
que para encontrarnos
a veces sólo es preciso
detenernos de a ratos,
que el camino se abre
a medida que vamos andando.

sábado, diciembre 23, 2017

Not a perfect day

Lou Reed resuena en mi cabeza:
It's such a perfect day...
El rugido de la motocicleta me trae de regreso
y de repente comprendo
que estoy yendo peligrosamente rápido
justo cuando un acoplado adelante
se acerca con gran rapidez
y freno a tiempo,
pero la inquietud crece
dentro de mí como un monstruo.
Estoy descontrolado.
Y tengo miedo.
Anoche fui a un recital.
Cantaban varios amigos,
mi hija tocaba el piano,
mucha gente querida, y yo en silencio
reía y lloraba al mismo tiempo.
Ahora llueve otra vez.
Una tormenta salvaje, como una metáfora.
A veces me siento un maldito loco,
y es como si en realidad
esta tormenta naciera de mí,
de mi cabeza, de mi alma, de mi angustia.
De nuevo la voz de Lou Reed,
it's such a perfect day...
Entonces ocurre de nuevo:
todo este tiempo desperdiciado
me empuja a desear liquidar lo que reste
en un repentino derroche,
en una explosión que
justifique de algún modo haber sido,
y al menos tener una salida,
un fuera de escena que deje
un recuerdo memorable.
Y después me digo que no,
que no, que no, que no.
Que estoy siendo un completo cretino.
Pero entonces, pero entonces...
Estoy muy acelerado, como si fuese
una motocicleta fuera de control.
De pronto es la misma tormenta de antaño,
como antes, en otro tiempo,
pero esta noche, ahora.
Me detengo.

jueves, diciembre 07, 2017

Todo lo sólido...

Solemos pensar que la vida de los demás
es casi siempre menos penosa que la propia.
Sin embargo, lo cierto es que todos todos todos
todos estamos destinados a morir:
el hombre que conduce aquel micro
y cada uno de sus pasajeros
y el policía que recorre las calles
y esa pareja que ha descubierto el amor
y ese hombre que parece apesadumbrado
y cada uno de los chicos que asisten a esa escuela
y también sus padres, y sus maestros,
y ese bebé que duerme en brazos de su madre
y aquel anciano que simplemente espera
su destino, que es el destino de todos.
Entonces, por qué preocuparse
porque hayas perdido un trabajo
por un examen reprobado
por un sueño incumplido
si al fin todo es una fantasía.
Por qué angustiarse por asuntos vanos
o pretender precipitar el momento
de todos modos inevitable.
Habrá quien quiera arrebatarle
la fatal decisión al destino
respecto del cómo dónde cuándo:
si no podemos ser dueños de nuestra vida
tengamos al menos potestad
sobre nuestra muerte.
Y sin embargo
si nadie ha de permanecer
tampoco ese pretencioso gesto importa.
Quien no le tema al último final
será capaz de aguardar otro mañana.
La cuestión es que no hay un final feliz posible.
Solo tenemos el mientras tanto.
Fuera de ese fugaz momento,
todo está destinado a disolverse en la nada.

Deconstrucción

El niño sueña, ensimismado,
con sus ojos bien abiertos.
Sueña que da un gran salto,
que salta y que vuela,
siente el aire frío en la cara,
y entonces tiembla.
No importa cuántos años pasen,
en el fondo siempre seremos
como un niño asustado
que ante lo desconocido siente miedo
y especialmente ante el fantasma
de la orfandad definitiva.
El niño sabe que contar ficciones
es un recurso para eludir sus miedos,
así que arma historias en su cabeza
y las anota en un cuaderno
que esconde bajo siete llaves.
Pero también presiente el pasaje
que borra a veces el límite
de la fantasía convertida en acto.
Entonces -de nuevo- tiembla.
Para no sentirse solo,
este niño, ya no tan niño,
canturrea una canción
cuyo sentido en parte se le escapa.
No presta atención a lo que dice,
no es sino una melodía más,
no son sino palabras huecas,
vaciadas de contenido.
Murió a contramano
entorpeciendo el tráfico -canta,
y entonces de repente se escucha
y comienza a comprender
y con los ojos abiertos sueña
y siente el viento frío en la cara
y no sabe si llega a sentir miedo
pero entonces tiembla de nuevo,
por última vez, y luego sí,
la orfandad es definitiva,
pero ya no importa.

martes, diciembre 05, 2017

Y acaso no importe

No deja de ser curioso, pero si nos detenemos a pensar un poco en la cuestión, la muerte es algo puramente imaginario. Ya sea que le temamos o que la persigamos. No quiero decir que no sea real que todos vamos a morir. Lo que digo es que no sabemos nada acerca de la muerte, de lo que significa realmente estar muerto, más allá de lo que podamos imaginar respecto de cómo será eso de dejar de ser nosotros. Pero entonces, cuando final y fatalmente ello suceda, ya no seremos nosotros, como para experimentar nuestra propia muerte. De manera que solo nos queda contemplar la muerte de los demás, testigos impotentes de algo que nos afecta de un modo tangencial. Pero de nuestra muerte, de eso no sabemos nada, por no haberlo experimentado todavía. Y probablemente no sabremos nada nunca. Tal vez sea eso lo que nos perturba. Que se trate de nuestra muerte, pero que no podamos experimentarla realmente, pues nosotros no estaremos allí. Como el actor de un drama o de una comedia que termina su trabajo lejos del escenario, tan lejos que no puede siquiera saber si su actuación mereció o no los aplausos del público. Como si tal cosa importara.

Y entonces la pregunta, otra vez, tan simple y a la vez tan complicada: ¿Para qué? Pero ¿es que tiene que haber necesariamente un "para qué"? Probablemente no, pero entonces sucede que el asunto entero carece de sentido. Y nosotros tenemos esa compulsión, tan nuestra, tan visceral, de necesitar un sentido para todo. Eso somos: buscadores frustrados de sentido. De un sentido evasivo, misterioso, acaso inexistente.


lunes, diciembre 04, 2017

Ataque de pánico

Hay un vacío enorme allá en el frente,
apenas unos metros más adelante.
Aunque puede que en realidad
ese vacío esté aquí, adentro del pecho,
justo donde solemos pensar el alma.
Y entonces saltar, saltar, saltar...
Saltar se convierte de nuevo,
una vez más, como antaño,
en una posibilidad peligrosa,
en una alternativa tan fatal como sencilla.
Tal vez por eso permanezco inmóvil.
Para no caer en la tentación.
Para permanecer vivo.