sábado, septiembre 30, 2017

Sueño 170930 - Historias como espejos...

Yo estaba sentado en el fondo, escuchando la charla que daba el profesor Alabarces, aunque en realidad no se trataba de él, definitivamente, ni tampoco de alguien parecido. (Ahora que lo pienso, tenía un aire a Guille Cácharo, pero no tiene sentido detenernos en estos detalles: así es como por lo general ocurren las cosas en los sueños). No recuerdo bien de qué se trataba el asunto, pero en determinado momento el eje de la cuestión viró hacia el tema de los relatos y las ficciones. Y la pregunta que le planteó entonces el falso Alabarces al público fue por que razón las historias en general nos resultan atractivas. Hubo un silencio incómodo, hasta que finalmente yo levanté la mano y dije que en realidad las historias nunca son del todo una ficción, porque de hecho forman parte de nosotros mismos, de lo que íntimamente somos, y se elaboran siempre en un contexto histórico y social del cual formamos parte, y que en definitiva es por eso que disfrutamos de esas ficciones; porque encontramos en ellas un espejo en el cual nos reconocemos.

Cuando me callé, hubo un momento de tenso silencio, que rompí torpemente como queriendo explicar el origen de mi respuesta: "Sucede que me gustan las Ciencias Sociales, pero además soy guionista", fue lo que dije. Recién entonces Alabarces (que en realidad no era Alabarces) sonrió, se acomodó un poco hacia atrás, y abriendo los brazos volvió a hablar "Excelente; de mi parte no tengo más nada que decir." Luego de esto la gente comenzó a aplaudir, lo cual me desorientó un poco, porque lo aplaudían a él, pero quien había dado la respuesta había sido yo. De todos modos me gustó haber encontrado esa idea que relacionaba las ficciones con nuestra identidad. En ese momento me interrumpió mi mamá, que estaba sentada detrás de mí, para decirme que ella no había entendido nada, pero que igual me agradecía por haberla invitado, pues esas salidas le servían para entretenerse.

Mientras tanto yo veía cómo Alabarces (que en realidad no era, ya lo hemos explicado) pasaba la gorra entre los presentes, y después se bajaba del colectivo (hubiese jurado que antes estábamos en un salón...), y eso me provocaba cierta contrariedad, porque yo quería aprovechar la ocasión para conversar con él un rato, pues también a mí me gustaba la idea de dar charlas. Llegué apenas a saludarlo con un gesto con la mano, a través de los vidrios de la puerta trasera del colectivo, que ya arrancaba. El alcanzó a verme y a devolver mi saludo, pero me dio la impresión de que no tenía idea de quién era yo, ni mucho menos de por qué lo saludaba.

Después de eso miré mi celular. Noté que solamente tenía un cuatro por ciento de batería, y supe que no iba a alcanzar para mucho. Tal vez ni siquiera para llegar a abrir el Google Maps y saber en dónde diablos estaba. Creí adivinar que no me hallaba demasiado lejos de Plaza de Mayo. Recuerdo haber visto un cartel indicador que mencionaba la calle Sills, pero eso no me dijo nada. De todos modos toqué el timbre y me bajé, pues además me pareció que habíamos llegado al final del recorrido.

Una vez en la calle me llamó la atención un camión grúa, que apoyaba violentamente sobre su planchón a un pobre Fiat 600 blanco que alguien había dejado mal estacionado. Ahí recordé que en algún momento previo de mi sueño yo había dejado abandonada mi motocicleta en el furgón de un tren, y me desperté sobresaltado, pensando que debía ir urgente a rescatarla, fuese donde fuese que mi moto hubiese quedado olvidada. Tardé todavía un rato en darme cuenta de que la noche estaba terminando y había dejado de llover.

martes, septiembre 26, 2017

Destino

Somos arrojados al mundo,
escupidos sobre la faz de la tierra
en medio de todo este dolor
y de toda esta belleza
sin que nadie se digne a explicarnos
de qué se trata la vida,
qué se espera de nosotros,
cuál es el maldito propósito
de todos nuestros días y noches,
si es que acaso existe alguno,
y de lo contrario qué.
Nadie nunca nos ha explicado cómo vivir.
Pero resulta más grave que tampoco
nadie nos haya enseñado jamás
a prepararnos para la muerte.

domingo, septiembre 17, 2017

Coches fúnebres

Pienso que los coches fúnebres deberían ser,
por rigor y adecuación a lo penoso de su uso,
autos siempre lóbregos, oscuros, solemnes,
vehículos sin el más mínimo confort,
con asientos ligeramente incómodos,
sin reproductor de música, ni apoyabrazos,
ni aire acondicionado, ni calefacción.
Bueno, tal vez sí aire acondicionado
porque ya se sabe que los muertos
y el calor no combinan demasiado.
Pero es solo una cuestión pragmática.
Así al menos imagino yo un coche fúnebre.
Sin embargo esta mañana he cruzado uno
que no cumplía con estas condiciones.
Se trataba, muy por el contrario,
de un auto moderno, de porte aerodinámico,
claramente confortable, y de seguro tenía
reproductor de música y calefacción,
y también aire acondicionado,
si se veía a las claras que era un lujo
viajar en semejante vehículo,
así no fuese más que para ser llevados
hasta nuestra última morada, y sin embargo
qué clase de extraño triunfo supone
haber llegado a viajar así, a la vista de todos,
en auto tan moderno, tan elegante, tan costoso
-ah, sobre todo tan costoso-,
cuando quien allí viaja ni siquiera
se habrá enterado que así es trasladado,
con tanto honor, pompa y gasto.
Es bueno que lo sepamos desde ahora:
nuestro viaje final siempre será una derrota.
Nadie sale vivo de este juego.

jueves, septiembre 07, 2017

Todavía tiene tanta agua el cielo

Hace justo cuatro años escribía una pregunta:
¿Cómo es que todavía tiene tanta agua el cielo?
Hoy veo el cielo, hay sol, también algunas nubes.
Recuerdo entonces, y lo recuerdo muy bien,
que en aquel momento parecía
que no iba a parar de llover nunca.
¿Hará falta que diga que no se trataba nada más
de esas lluvias que anuncian los meteorólogos
por más que, curiosamente, ambas coincidieran?
Hoy comienzo a saber que
todo inevitablemente termina.
Las lluvias, las calmas, los amores,
el dolor, los demás, nosotros mismos,
las tiranías, las democracias, el tiempo.
Nada hay de lo cual pueda decirse
que vaya a ser permanente,
excepto quizás el misterio.
Pero incluso el misterio dejará de
importarnos cuando dejemos de estar,
cuando dejemos de preguntarnos.