Nos habían advertido que todo iba a ser una cuestión de tiempo. Como si tal cosa no fuese una verdad invariable, aplicable a cada situación de la vida, siempre. De todos modos habían sido muchas las jornadas de espera en aquel hospital. Demasiadas, quizás. Cuando por fin llegó el momento de irnos —los que quedábamos, se entiende— ella se adelantó para ir a buscar el auto al estacionamiento. Yo me quedé un rato más en la habitación, sorprendentemente vacía, para esperar a mi hija, que llegó al rato, acompañada por su pareja. Es verdad que los personajes y las historias en los sueños a menudo se confunden y entretejen: digo que se trataba de mi hija, y así era, pero en algún momento me pareció estar hablando con mi hermana, que nada tiene que ver en esta historia. Aunque decir 'nada' siempre es arriesgado. La cuestión es que comenzamos a caminar hacia la zona del estacionamiento, para encontrarnos todos allí y regresar juntos. Regresar adónde es otro de los detalles que quedan sumidos en un incierto gris de fondo. Cada quien a sus asuntos, digamos.
Hablábamos de cualquier cosa cuando dimos vuelta en una esquina, siguiendo la traza del pavimento, y entonces nos dimos cuenta: el estacionamiento era enorme y se extendía más allá de lo que podíamos alcanzar a ver. Como teníamos nuestros teléfonos celulares en la mano, decidimos llamar para coordinar la manera de encontrarnos, por dónde andás, en qué lugar te esperamos, esa clase de mensajes. Pero nadie respondía a los llamados. En otras circunstancias hubiésemos aguardado, con más o menos paciencia. Pero en aquel contexto algo me llevó a comprender de pronto que ya no sería posible concretar ese llamado, aquel encuentro previsto pero repentinamente imposibilitado, por haberse instalado una distancia insalvable, indecible, en aquel estacionamiento infinito, súbitamente parecido a un limbo. Me angustió la idea de un tiempo convertido de golpe en un nunca jamás.
Y entonces la inquietud, la repentina incertidumbre que me llevó a despertar, fue la duda de no saber realmente quién se había extraviado. Si ella al momento de ir a buscar aquel auto, si los que estábamos ahí esperando, por haber cometido la imprudencia de habernos demorado más de la cuenta, o aquel a quien habíamos estado acompañando hasta entonces en aquel hospital, o en algún otro. O acaso todos nosotros, cada uno a su manera. Tampoco supe, o no quise saber, qué significaba exactamente la idea de extraviarse, tan parecida a un vacío, a un adiós definitivo a la vida misma.