La muerte de los otros

Ay, la muerte,
ese espanto, ese horror,
ese final que abre, empero,
el rumbo hacia dos nuevos tiempos,
ambos crueles, irreales,
el de la siempre ficticia memoria
de aquello que fue, enmascarado
por las brumas del tiempo o el deseo,
y el de todo aquello otro que
acaso podría haber sido
de habernos animado
a hablar a tiempo,
de haber oprimido el botón verde
en lugar del rojo,
de haber elegido la puerta blanca
en lugar de la azul,
y todo así, todo el tiempo,
en todas partes,
elegimos sin saber
que la vida es tan frágil.

Nunca más volví a escribir poesía

Nunca más volví a escribir poesía.
No fue una decisión tomada así,
con la conciencia plena de
estar decidiendo algo.
Es de este modo como solemos
tomar las decisiones más importantes.
Sin saber que lo estamos haciendo.
Simplemente así sucedió.
Un día, no sabría cuánto más tarde,
volví a leer un poema antiguo
que yo mismo había escrito tiempo atrás,
y supe que aquel había sido el último.
Que ya no tenía sentido insistir
importunando a las palabras
buscando que digan algo
en la era del sinsentido,
sin ojos dispuestos a leer
versos sin otro mérito
que el vano intento por decir
algo que logre trascender
la inevitable nada.
La poesía ya ha muerto.
Hace rato que la hemos matado.
Aunque al mismo tiempo
todo lo que va quedando,
tu respiración, tu rostro, tus ojos,
y estos versos se empecinen en negarlo.