jueves, febrero 20, 2020

Los pies en la tierra

Permitirnos soñar.
O mantener los pies en la tierra.
Menuda disyuntiva...
A quien sueña puede que se lo acuse
de estar en las nubes, de volar en vano
entre fantasías ilusorias e inasibles.
"Lo concreto está aquí abajo", le dicen.
"Deberías hacer como nosotros,
que acostumbramos tener los pies
bien plantados en la tierra".

Bien dicho: los pies en la tierra.
Las plantas bellas, descalzas, mezcladas
con el verde frescor de la hierba
y ese leve polvo, del cual venimos
y hacia el cual vamos, que se adhiere
sin malicia, como parte de nuestra
humilde y mortal naturaleza.
Es un modo de estar en el mundo,
sin lugar a dudas, y hasta es posible
que no deje de ser un modo bello.

Pero también está con los pies en la tierra
aquel que camina en el pantano,
hundido hasta los talones en el fangal
húmedo y resbaladizo que de a ratos
pareciera convertirse en una garra
que nos retiene e impide avanzar.
¿Qué será mejor, entonces?
¿Caminar, correr, volar, arrastrarse?
Sinceramente no lo sé.

Quién acusaría al jilguero
de no tener sus pies en la tierra,
o al corcel de no mantenerlos en el aire.
Nosotros somos un poco corcel, un poco jilguero
y nos vamos moviendo por el mundo
como nos sale, siempre intentando.
Acaso soñemos nuestros pies en tierra,
o con pies convertidos en barro,
mientras alguien nos susurra
que quizás lo mejor sería
dejar de escribir banalidades.


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