domingo, noviembre 07, 2021

El grillo violinista

Alguna vez fui un padre joven, de una niña que recién llegaba al mundo. Por las noches esa niña se dormía solamente si su papá o su mamá le contaban una historia al lado de su cama. Solían ser cuentos inventados en el momento, entre las telarañas de un sueño que a menudo terminaba dando cuenta de los adultos antes que de la pequeña jovencita. En tales ocasiones aparecía a veces un cuento que a la pequeña Jessica le gustaba más que otros. Entonces ese relato podía repetirse, y con la repetición se iban añadiendo detalles y colores. Así sucedió con la historia del grillo violinista, hasta que un día decidí escribirlo, para que le quedase de recuerdo cuando fuese más grande. Increíblemente, el cuento llegó a aparecer publicado en un par de revistas. Pero luego esas revistas desaparecieron, y le perdí el rastro a la historia hasta esta mañana, cuando de repente la encontré entre unos papeles viejos. Por eso decidí copiarla aquí, para protegerla aunque sea un poquito más del olvido. (Ahora que lo pienso, no se trata solamente de esta historia, pero ese es otro asunto, que podrá en todo caso adivinarse.) 

Ah, sí... En cuanto a la ilustración,... No quiero que nadie se cree falsas expectativas. No aparece en el cuento ningún perrito. Pero junto con el cuento encontré varios dibujos, entre ellos el de esta "Perrita enamorada". Lo hizo la misma princesa para la cual fue inventado el cuento, y por eso me pareció adecuado ponerlo aquí, a la manera de un separador.

“HABÍA UNA VEZ un hermoso jardín, con plantas, flores y alegres bichitos, permanentemente ocupados en construir sus maravillosas y pintorescas casitas. La vida transcurría felizmente, hasta que un día el cielo se cubrió de negro en pleno día, y entre truenos y relámpagos se desató una horrible tormenta, que barrió con todas las bellezas del jardín. Primero vino el agua, en forma de copiosa lluvia, y lo inundó todo. Luego, el viento arreció furioso, hasta arrancar el último pétalo de la última flor, cada una de las plantas (no sólo las más pequeñas, sino también las mayores), y también las lindas casitas de los habitantes de aquel dichoso lugar.

Cuando todo terminó, del otrora bello jardín no quedaban casi rastros. Los bichitos recorrían los restos en ruinas y miraban a su alrededor sin alcanzar a comprender lo que había sucedido. De sus casitas y sus flores no quedaba nada; pero tampoco podían verse ya restos de la antigua alegría. En efecto, el jardín y sus habitantes se habían sumido en una profunda tristeza, y a la larga todos se olvidaron incluso de reír.

Pero entre los ahora melancólicos bichitos había uno particularmente triste. Era un joven grillo, que además de lamentarse por su estropeada casita y sus bellas flores perdidas, se preguntaba todo el tiempo por qué motivo aquel desastre había tenido lugar. Y no era esa la única pregunta que lo angustiaba: también deseaba saber cuál era el papel que le tocaba jugar en ese mundo arrasado por el viento y la lluvia. Pues si antes pasaba sus horas dedicado por entero a atender los muchos cuidados de su pequeña casa, pintando de color rojo cada zócalo, y de color verde cada ventana, lo cierto es que ahora la casita ya no existía. Ni tampoco había ventanas para cuidar, ni pinceles, ni tampoco pinturas que permitiesen iniciar la tarea de nuevo.

De tanto andar triste por ahí, o acaso de puro aburrido, una tarde cualquiera el grillito se acomodó junto a una pequeña piedra jaspeada y se puso a frotar sus patitas traseras.

-Cri... cri... criiii...

Una luciérnaga curiosa que pasaba por ahí detuvo un momento su vuelo y se puso a escuchar con atención.

-Suena bonito, a decir verdad.

-¿Cómo dijo, doña Luciérnaga?...

-Que suena bonito. El sonido que hacés cuando frotás tus patitas suena muy bonito. Como si fuese música. Tal vez debieras practicar un poco más.

El joven grillo miró a la luciérnaga sin comprender. Pero frotó sus patitas un par de veces más y se dio cuenta de que ella tenía razón: el sonido que producía de esa manera era bonito. ¿Era eso música? Alguna vez había escuchado hablar de la música a unos pájaros cantores, pero nunca le había prestado demasiada atención al tema. Se le ocurrió preguntarle entonces a una lombriz amiga que justo asomaba la cabeza a un par de saltos de distancia.

-Amiga lombriz, ¿podrías decirme qué cosa es la música?

La lombriz miró al grillito extrañada, pero le contestó:

-La verdad es que yo no sé, pero podrías preguntarle a la araña Jacinta, que según dicen sabe tocar el arpa, que es un instrumento lleno de cuerdas.

Dicho lo cual, la lombriz volvió a esconderse tierra adentro.

El grillito se dirigió sin pensarlo dos veces rumbo a la casa de la araña Jacinta, y cuando llegó tocó la puerta: Toc, toc, toc...

Jacinta era una araña muy viejita y amigable, que había renunciado a comer grillos y otros insectos desde hacía mucho tiempo. Era además una araña muy sabia, conocedora de muchas cosas, y al parecer también sabía lo que era la música. Asomada a la puerta de su telaraña, Jacinta escuchó atentamente las preguntas del grillito, y cuando éste terminó le dijo lo siguiente:

-Amigo grillito, yo puedo enseñarte lo que es la música, pues en un tiempo yo misma fui concertista, y tocaba el arpa en una orquesta. Va a llevar algún tiempo para que comprendas, pero si estás verdaderamente interesado te invito a que pases a mi casa.

El joven grillo entró a la casa de Jacinta, la araña arpista, y no volvió a saberse más nada de él durante un buen tiempo. Tanto, que algunos bichitos comenzaron a pensar que acaso Jacinta había decidido cambiar nuevamente su dieta y que al fin se lo había comido. Nada de eso había pasado, sin embargo, y un buen día, justo al comenzar la primavera, el grillito reapareció sano y salvo en la puerta de la casa de Jacinta, acompañado por la venerable araña, que con voz fuerte y clara dijo:

-¡Amigos bichitos del jardín! ¡Pongan atención que tengo algo importante que decirles!

Los bichitos dejaron de hacer lo que cada uno de ellos estaba haciendo en ese preciso momento y se acercaron para escuchar a Jacinta.

-Todos ustedes saben que en un tiempo fui arpista en una orquesta, si bien la mayoría de ustedes nunca me escuchó tocar. Pues bien, ahora tenemos a un nuevo músico entre nosotros.

Dicho esto, el grillito dio un salto adelante y comenzó a frotar sus patitas traseras como si se tratase de un violín. Y lo que surgió no fue apenas un sonido bonito, sino una música en verdad maravillosa. Las clases de la araña Jacinta habían rendido sus frutos.

Saltando y bailando, el grillito comenzó a recorrer todo el jardín tocando su violín. Y créase o no, los bichitos comenzaron a recobrar sus sonrisas, y luego se lanzaron a bailar también ellos, formando parejas y rondas. Casi sin que nadie se diera cuenta, el jardín recuperó la alegría perdida, y muy pronto cada uno de quienes vivían allí estuvo trabajando, construyendo nuevas casitas y sembrando nuevas flores, al compás de la música.

Como todo cuento que se precie, hay detrás de este relato una moraleja. El joven grillo no sólo comprendió que había nacido para ser músico, sino también algo aun más importante. Lo que comprendió fue que incluso cuando el viento y la lluvia destruyeran una y otra vez su jardín, con sus plantas, sus flores y sus pequeñas y cuidadas casitas, pintadas de verde y rojo, había algo que ninguna tormenta podría quitarles jamás, y eso era la música. Pues la música estaba guardada en el interior de sus corazones, junto con la capacidad de sonreír, de jugar y de soñar con mundos mejores, en los cuales las tormentas más terribles apenas son algo así como una molestia pasajera.

Y así fue, entonces, que en aquel jardín no hubo nunca más tristezas, y sí en cambio una multitudinaria orquesta de bichitos que, dirigida por el joven grillo violinista, cada noche ofrece un concierto especial para quien desee escucharla. Y también para vos, para que cada vez que estés triste puedas sentirte un poquito mejor

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