lunes, mayo 20, 2024

Sueño 240520

Me desperté soñando el misterio de la muerte.
La idea de que ese misterio deriva de la
ausencia de cualquier testimonio posible,
pues quienes se quedan son testigos
de lo que ocurre de este lado, solamente.
Digo esto suponiendo que haya un otro lado,
algo que en definitiva no sabemos.
Si no lo hubiese, tampoco habría modo
de testimoniar el pasaje, ni siquiera
cuando seamos quien se va.

Me desperté soñando en dios.
En un dios creador, algo perverso.
Con la perversión suficiente como para
crearnos y darnos además todo esto,
este milagro, pero al precio de
hacernos luego desaparecer en la nada.
Me laten los versos de Peter Handke:
"¿Cómo es posible que yo, el que yo soy,
no fuese antes de existir;
y que un día yo, el que yo soy,
ya no vaya a ser más éste que soy?"

Me pregunto si en verdad habrá
un dios creador; por qué nos pesa
esta necesidad de que existan cosas tales
como una creación o un otro lado.
Imagino entonces otra posibilidad:
que el dios creador haya existido
en algún otro momento, en otro tiempo,
y que después se haya marchado,
por voluntad propia u otras causas,
quedando este universo solo, abandonado,
a la deriva, funcionando por pura inercia
en medio de una divina orfandad.

Me desperté sintiendo la piel
de mi compañera contra mi piel,
embriagado por el misterio
de una poesía y un sentimiento
que no consigo poner en palabras.
Abrumado por el deseo de no morir,
solo para poder seguir sintiendo
la misma embriaguez noche tras noche,
amanecer tras amanecer.
Sentí la piel, la respiración, cada sutil curva
en la yema de mis dedos, en mis labios,
en la punta de mi lengua; sentí la necesidad
de sentir sus manos recorriéndome.

Anhelé el leve desenfreno de un orgasmo
que viniese a confirmar mi existencia.
Entonces, ella se levantó; o quizás
fue el momento en que desperté.
Y me quedé sintiendo cómo
las sábanas se enfriaban lentamente,
sin atreverme a mover un músculo,
mientras escribía estas palabras en mi mente
solo para no olvidar mi sueño,
esa tibieza, esa necesidad de un espasmo
que llegase para revelarme que sí,
que la muerte existe,
pero que la vida y la poesía
continúan después de ella. 

Me desperté pensando que una vez
Nietzche dijo que fue el hombre, en su orgullo,
quien creó a dios, a su imagen y semejanza.
Y si acaso no habrá sido un divino orgullo
el que impulsó a dios a crear a los hombres,
solo para que estos lo adoraran.
Orgulloso dios, poderoso, pero capaz
de desentenderse y dejar a la buena de dios,
justamente, olvidadas de dios, a sus pobres criaturas,
que siguieron naciendo y muriendo,
insistiendo algunos en adorar, otros dudando,
otros escribiendo poesía, o amando,
todos intentando dar respuesta,
del mejor modo posible,
a los misterios de la vida y la muerte.

No hay comentarios.: