jueves, febrero 01, 2007

Epílogo

A las puertas del delirio está
el silencio
de una noche extraña,
la soledad,
y todo aquello que no se comprende.

Los recodos del destino
(si es que acaso el destino existe)
son oscuros e insospechables,
y es allí en donde nacen
y se quiebran los sueños.

Señor, yo sólo te pido
que la próxima vez
Romeo se retrase unos minutos,
o bien que Julieta despierte
a tiempo;
porque el universo de los hombres
es muy frágil
y se desmorona demasiado fácilmente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

He de reconocer que mi primera y tardía aproximación al legendario drama de los amantes de Verona no fue a través del libro, sino mediante el cine, con la película dirigida por Franco Zefirelli.

El poema que constituye el cuerpo de esta anotación lo escribí apenas terminado el film, hará pronto unos veinte años, como un modo de dar cauce a la conmoción que causó en mi la paradoja del plan perfecto que se vuelve en contra de sus propios realizadores.

Ya en el momento de escribirlo sospechaba que morir por amor puede ser una idea muy romántica, pero a la larga insana. Morir, de hecho, siempre lo es.

Claro que vivir, se puede vivir de muchas maneras, y no todas valen la pena. Tal vez el desafío de la vida sea precisamente ese: descubrir el mejor modo de vivirla antes de que se acabe el tiempo.

Anónimo dijo...

Nos vimos apenas tres veces:
la primera nos amamos,
la segunda te besé,
la tercera nos dijimos adiós.

Así también es la vida,
tan imprevisible
y en ocasiones bella.

De vez en cuando nos sonríe
pero también nos hace sufrir.

Gerd Albrecht Sousa