domingo, marzo 18, 2007

Sueños...

Esta mañana mi hija se despertó llorando. ¿Qué había sucedido? Pues que había soñado con un cachorrito, y al despertar se dio cuenta no sólo de que el cachorro en cuestión ya no estaba, sino que además, incluso cuando alguien (papá o mamá, claro) decidiera que ella podía tener un cachorro, jamás podría ser ESE cachorro, con el cual ella acababa de soñar y al cual, seguramente, ya había comenzado a querer tanto.

Por cierto, mi hija no es en absoluto una de esas criaturas caprichosas, que se ponen insoportables cuando desean algo. Pero sí es, en cambio, una persona sensible, capaz de asombrarse hasta las lágrimas frente a un abismal imposible.

¿Qué es lo que hay detrás de los sueños? ¿De dónde vienen y, sobre todo, a dónde se van las cosas que soñamos? Son en definitiva preguntas que tanto pueden caberle a un niño como a un adulto. Porque todos soñamos cosas. A veces dormidos, otras veces despiertos.

René Descartes, padre del racionalismo, señalaba algo curioso, casi paradójico, sobre lo que le sucede a una persona cualquiera que tiene una pesadilla. Esa persona sueña, por ejemplo, que es perseguida por un monstruo. Es claro y evidente, a la luz de nuestra perspectiva (la de quienes objetivamente analizamos aquello que le sucede a ese soñante), que en realidad no existe monstruo alguno, ni tampoco peligro que justifique su miedo. Todo es producto de una simple ilusión de su mente.

"¿Todo?", preguntaría entonces Descartes. Para tal vez señalar enseguida: "Puede que el monstruo en efecto no exista, y sea sólo el producto de la imaginación de quien sueña. Pero el miedo que siente esa persona en el momento de soñar ese monstruo, ese miedo es absolutamente real."

Nos sucede a menudo: soñamos y todos nuestros ánimos, ajenos al hecho de que se trata de una fantasía, se ajustan a esa ilusión onírica. Y a veces nos cuesta luego volver a adecuar nuestros sentimientos a la realidad, cuando por fin despertamos. Puede ser sencillo en el caso de una pesadilla, donde todo lo que resta, al descubrir el juego, es relajarnos. ¿Qué hacer, en cambio, con todo ese amor, esa esperanza, esa alegría que nos embargaba un instante atrás, cuando nos despertamos de repente de un sueño amable? Esta mañana no hubo ningún cachorrito, pero sí hubo en cambio una niña triste en casa, como consecuencia de algo que había soñado. ¿Cuál es la diferencia, a fin de cuentas, entre la fantasía y la realidad?

De un modo bastante similar nos sucede, muchas veces, que soñamos despiertos. Nos ilusionamos con cosas que más tarde se revelan como meras fantasías. Y sin embargo, hasta el preciso instante en que se impone la lucidez de un darse cuenta, todos nuestros sentimientos y nuestras percepciones del mundo se acomodan a eso. ¿Adónde va a parar todo lo que nos pasa por el alma mientras tanto? ¿Qué hacer con todo ese inútil equipaje una vez que la ilusión se quiebra?

De repente se me ocurre pensar que tal vez todo sea un enorme malentendido. Que tal vez todos nuestros sentimientos deriven de algo que sea independiente por completo de cualquier cosa que pueda llamarse con justicia el mundo real. Tal vez todas nuestras emociones sólo sean el reflejo de aquello que nos parece, más allá de que la realidad de las cosas eventualmente y de un modo misterioso termine o no adecuándose a lo que nosotros soñamos que es.

Amores, penas, esperanzas, miedos, lealtades, traiciones, pasiones varias... Quizás nada de eso tenga ningún asidero. Pero a falta de puntos de anclaje, actuamos como si se tratara de la única realidad que cabe vivir.

Tal vez exista en algún lugar del mundo una criatura inimaginable durmiento, y nosotros seamos apenas el producto de su vacilante sueño. ¿Qué será de nosotros el día en que esa criatura despierte?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tu post tiene un sonido borgiano; aunque hay en Thomas Hobbes algo similar con respecto a las representaciones del mundo, si mal no recuerdo.

Lo que viene ahora no es nada sesudo, sino parte de mi locura:

A veces tiendo a pensar que, en verdad, el llamado "mundo real" no es otra cosa que una pesadilla de nuestros sueños (el llanto de tu hija, su tristeza del día, no sería más que una pesadilla). O también que un momento agradable suele ser ese sueño placentero que tenemos en el mundo de los sueños.

Mi pregunta va tal vez por otro lado: ¿cuál es el hiato entre un mundo y el otro? ¿por qué el traumatismo que se filtra de un mundo a otro tiene las características del fracaso?

Y mi ensayo de respuesta, a pesar de la pesadez de mi racionalismo, es que el único hiato son las sensaciones; y que ese fracaso eterno es el que nos obtura el ímpetu por la vida, de uno y otro lado.

Germán A. Serain dijo...

Gracias por la visita, Jorge.
Y por dejar aquí sentadas tus palabras y tus ideas.

Anónimo dijo...

Es como cuando vamos al cine: vemos una ficción que nos produce sensaciones... que son lo único perteneciente a la realidad. Saludos.