jueves, marzo 08, 2007

Dejà vu (Extraños al teléfono)

¿Puede convertirse la música en una amenaza? Pues todo depende de lo que entendamos por música, y de cómo la apreciemos desde nuestro lugar de oyentes. Admitamos, por ejemplo, que una banda de rock y 100.000 watts de potencia reunidos en un estadio podrán resultar una delicia para los sentidos de algunos, en tanto para otros representarán el más claro ejemplo de la irremediable decadencia del hombre contemporáneo. Pero dejemos por el momento estas consideraciones de lado. Ya veremos cómo se relaciona esta cuestión de la diversidad estilística en la música y el modo particular de apreciarla que tenga cada uno con lo que aquí se contará. Aclaremos, por lo pronto, que lo que sigue es una historia verídica. Y que las circunstancias que serán descriptas las vivió un periodista que solía desempeñar sus labores en un medio hoy desaparecido, dedicado a la música clásica.



Todo comenzó una noche de invierno, cuando el periodista (convengamos en llamar a nuestro personaje de este modo) llegó a su casa después del trabajo. Tras cerrar obedientemente la puerta de calle con dos llaves, tal como su mujer solía reclamarle, y luego de quitarse el saco, revisó el contestador telefónico. Tenía dos mensajes. El primero era de su madre: quería saber cómo estaba y le dejaba dicho que le había preparado algo de comida, por si quería pasar a buscarla, esa misma noche o al día siguiente. El segundo era... ¿un mensaje de Antonio Vivaldi? Detengámonos aquí. Resulta evidente que no podía tratarse de un mensaje enviado por el propio Vivaldi, excepto que de pronto estuviésemos dispuestos a creer en la posibilidad de que los difuntos se comuniquen desde el más allá, y encima por vía telefónica. Digamos mejor, en todo caso, que alguien había aprovechado los cuarenta segundos que otorgaba en gracia el contestador por cada llamado para dejar prolijamente registrado un fragmento del primer movimiento del Concierto Op. 8 Nº 1 del compositor italiano, que de los cuatro que componen el ciclo sobre las estaciones es el que se conoce como La Primavera. ¿La versión?... Bueno, son tantas las que han sido llevadas al disco que este detalle resulta poco menos que imposible de determinar. Aunque por alguna razón al periodista se le ocurrió pensar en Yehudi Menuhin. En todo caso, convengamos que este detalle carecía entonces, y sigue careciendo ahora, de demasiada importancia.

El periodista repasó con rapidez el listado de los amigos y familiares más cercanos, en busca de alguien sobre quien se pudiesen cargar las sospechas de haber llevado adelante aquella broma, todavía incompresible. Mentalmente se ocupó de buscar posibles sentidos para el inusual concierto telefónico. Verificó que todavía faltaban varios meses para el 21 de septiembre, con lo cual descartó cualquier relación del llamado con la llegada del solsticio de primavera. Luego intentó imaginar relaciones de palabras, aplicar claves alfanuméricas, buscó en su cabeza cualquier hecho extraordinario que hubiese ocurrido en los últimos días que pudiese vincularse de algún modo con Vivaldi o con su famosa obra. Finalmente, cansado de especular, decidió que lo más conveniente sería limitarse a esperar que el misterio se clarificase por sí solo. Lo cual, por supuesto, jamás sucedió.

La cuestión pronto quedó olvidada. Y así hubiese quedado, de no ser porque el curioso registro volvió a ser dejado en el mismo contestador automático en otras dos oportunidades, exactamente el mismo fragmento, y si la memoria no falló también la misma versión. Esto llevó al periodista a comentar el incidente con un par de colegas. Y entonces descubrirá que el suyo no ha sido un caso aislado. También Mahler, Stravinsky y algunos otros compositores no siempre tan identificables habían dejado sus respectivas huellas musicales en los contestadores habidos en los domicilios de otros periodistas, todos ellos más o menos allegados profesionalmente a la música clásica. Misterio absoluto en todos los casos. ¿Quién?... Pero sobre todo, ¿para qué?... Nadie pareció tener una respuesta para tan caprichosas preguntas.

Luego los llamados sencillamente no volvieron a repetirse. Sin embargo, dos noches antes de que el periodista, ocupado ya en otros medios, pero aún vinculado a la música, se siente delante de su computadora y escriba las líneas que en este mismo momento recorre la vista del lector, el contestador automático volvió a brindar su breve concierto de cuarenta segundos, con el mismo sempiterno fragmento del mismo concierto vivaldiano. La esposa, entonces, cansada ya de estas andanzas y con la lógica implacable que caracteriza a ciertas mujeres, pregunta si no habrá llegado la hora de instalar un identificador de llamadas, moderno adminículo tecnológico que permitiría rastrear la guarida del anónimo melómano. La idea es evaluada por el periodista, pero también es rápidamente descartada. ¿Para qué, al fin y al cabo? No se trata de un mensaje amenazante, ni obsceno; tampoco de un registro de inquietantes jadeos del otro lado del teléfono (y de las tres clases de llamados hemos debido soportar), sino en todo caso de un mensaje amable. Misterioso, sí; pero en definitiva amable.

La promesa a la esposa queda, sin embargo, establecida: el día en que la música de Vivaldi sea trocada por un cuarteto para cuerdas de Schnittke, o por una obra cualquiera de Stockhausen o por una ópera de Ligeti... entonces sí, habrá llegado la hora de tomar el toro por las astas. Simplemente porque, como en todo, también en esto de los anónimos la estética es importante.

1 comentario:

Germán A. Serain dijo...

Allá por el mes de junio de 2006 este relato fue ofrecido en la última página de la revista de Amadeus. El dato de los llamados telefónicos, realizados en la época en que yo trabajaba para Radio Clásica, es absolutamente real. Lo mismo que la referencia a los colegas que manifestaron haber pasado por situaciones similares(salvando las distancias entre Vivaldi, Mahler y Stravinsky, claro).

Lo que en cambio era ficción es lo relativo a la supuesta reincidencia, dos noches antes de estar escribiendo el relato. Pero era necesario darle un gancho de actualidad a la historia, para justificarla.

Pues bien, el motivo por el cual ahora, unos meses más tarde, este mismo relato viene a parar al blog, es que esta vez sí, de verdad, los llamados han vuelto. Sólo que esta vez no ha sido Vivaldi, sino Mozart, y un pasaje de su Sinfonía Nº 40. ¿Habrá tenido algo que ver la publicación del relato en la revista?

De nuevo el misterio. Pero por suerte Schnittke, Ligeti y Stockhausen siguen brillando por su ausencia. Se agradece.