Cada fin de año sucede lo mismo: legiones de personas de buena voluntad se ven compelidas a manifestar a su prójimo su deseo de que aquel sea capaz de conseguir ese tesoro tan evasivo que es la felicidad. La palabra más utilizada en estas fechas es "felicidades", tanto que me pregunto cómo es posible que a nadie se le haya ocurrido registrarla para poder cobrar derechos de propiedad intelectual por su uso. Tal improbable pícaro se llenaría seguramente los bolsillos de dinero en el curso de sólo dos o tres semanas.
Sin embargo, y a sabiendas de que me arriesgo a pasar por antipático y ser acusado de atentar contra el espíritu navideño, me pregunto de repente por la sinceridad de tales deseos. Quiero decir: todos sabemos que la felicidad es algo que no se puede comprar. Pero a modo de un mero ejercicio, supongamos que uno tuviese la mágica posibilidad de comprar por un determinado precio la felicidad de otra persona. No la propia felicidad, sino la de uno o más terceros, a los que uno pudiese elegir a gusto. Supongamos también que dicha felicidad no es precisamente económica... Digamos que sale cinco mil pesos, por ponerle una cifra de mercado. Solemos decir que la felicidad no tiene precio, de manera que no deja de ser una suma por demás conveniente. ¿Por cuántas personas, de esas a las que uno desea "felicidades", simplemente porque es gratis, estaríamos dispuestos a pagar tal suma si uno tuviese el poder de comprar así su felicidad?
Consideremos además (he aquí tal vez el verdadero quid de la cuestión) que no nos es permitido revelar que hemos sido nosotros el factotum de semejante regalo. Que aunque pudiéramos decirlo, ¿quién iba a creer que semejante sandez sea cierta? ¿Entonces?...
Estoy seguro de que la venta de felicidades no sería tan rentable como la aplicación de un derecho de autor a la palabrita en cuestión.
Por supuesto, todo esto no es nada más que un ejercicio mental. Pero el punto es decubrir la distancia que media entre el desear con palabras la felicidad para alguien y el estar realmente dispuesto a hacer algo para que esa expresión de sanos deseos se convierta en realidad. Res, non verba, dice la expresión latina.
Buena ocasión, este fin de año, como para revisar cómo anda cada uno de nosotros con estas cuestiones, en todo caso.
Intentemos ser felices.
Y en la medida de lo posible, hacer felices a los demás.
miércoles, diciembre 31, 2008
¿Felices fiestas?
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