miércoles, septiembre 29, 2010

Condenas

Vuelvo a leer el ensayo Eróstrato y la búsqueda de la inmortalidad, de Fernando Pessoa, y me detengo en este pasaje:

"Todo hombre ha contado, al menos, un buen chiste en su vida; pero no por ello es un hombre de ingenio. El chiste fue del momento, no del hombre. Todo hombre ha tenido, aunque sea una vez en la vida, una idea feliz, y no por ello es un pensador. La idea fue del destino, más que propia."

Concuerdo mayormente con el análisis de Pessoa. Pero entonces, precisamente por ello, no puedo menos que preguntarme si el mismo argumento no debería aplicarse a los casos opuestos, considerando ya no los rasgos positivos de ese hombre, sino los negativos.

Todo el mundo ha tenido alguna vez un desliz, un momento infortunado, en algún momento de su vida. ¿Qué hombre no ha cometido alguna vez un crimen? ¿Quién no ha defraudado, a otra persona o a sí mismo? ¿Alcanza con señalar estos hechos aislados, que más fueron del destino que de la propia voluntad, para condenar a una persona? ¿Para declararla culpable? ¿O no deberíamos también aquí considerar que la culpa debe ser adjudicada en buena medida al destino, a la ocasión, más que a una responsabilidad propia?

1 comentario:

Germán A. Serain dijo...

Lo sé: Jean Paul Sartre se reiría de la pretensión planteada sobre el final de lo escrito en la entrada. La responsabilidad siempre es propia. Y la situación me recuerda aquel chiste en el cual un hombre se jacta de no haberse vendido jamás a nadie, de no haberse corrompido nunca a cambio de dinero en su vida... sólo para aclarar, más tarde, que nunca jamás nadie le ofreció nada como para que él se encontrara en la disyuntiva de tener que elegir si dejarse vencer o no por la tentación.

Todo esto es cierto. Pero también lo es lo dicho por Ortega y Gasset: uno jamás es alguien fijo y determinado, sino que es siempre alguien diferente en función de sus circunstancias. No existe nada que se parezca a hombre aislado en el mundo, sino que ese hombre sólo puede ser alguien en un contexto que lo determina.

Jean Paul tal vez diría entonces que las circunstancias son solamente obstáculos u oportunidades, y que el hombre debe enfrentarse a estas cuestiones aplicando en cada caso el ejercicio de su libertad, y por supuesto también su capacidad, a fin de decidir qué diablos hacer en definitiva con ellas. Y acaso diría también que aunque la presencia o ausencia de ciertas oportunidades, o de ciertos obstáculos, determinan que ese hombre haga algo distinto de lo que hubiese hecho en otra situación, esto no cambia en sí al hombre, que esencialmente seguirá siendo el mismo. No ha sido él quien cambió, sino sólo su contexto.

En este segundo caso, la diferencia con el planteo anterior es que se considera el contexto como algo diferente del hombre, en tanto Ortega y Gasset los considera irremediablemente unidos. Si la razón la tiene uno o la tiene el otro es algo difícil de determinar.

Lo cierto es que si ese hombre sigue siendo esencialmente el mismo, al margen de su circunstancia, esto ha de ser así tanto para mal como para bien. Con lo cual, con este mismo argumento también podría decirse que si un hombre bueno cierto día comete un homicidio, por las razones que fueran, en el fondo habrá de seguir siendo un hombre bueno.

Y así podríamos seguir debatiendo todo el día. De mi parte, mirando hacia el interior de mí mismo, no creo ser la misma persona cuando estoy alegre que cuando siento pesares. Ni siquiera soy el mismo cuando leo a Sartre que cuando hago lo propio con Ortega y Gasset. Acaso ni siquiera sea el mismo ahora, luego de terminar de escribir esta palabra, que el que era antes de comenzar a escribir este comentario. Y por supuesto también habré de cambiar dentro de un rato, mañana, y seré también otro dentro de tres días.

"En el momento mismo de decir que todo cambia yo mismo he cambiado", decía el filósofo, probablemente recordando aquello de que "nadie puede bañarse dos veces en un mismo río". No sólo porque el río corre, y jamás es el mismo, sino porque también uno es un río, en constante cambio.

En nosotros, ese cambio se llama crecimiento. Crecer a veces duele. Pero este dolor sirve si nos enseña, finalmente, algo que nos ayude a ser mejores. Ojalá que así sea.