miércoles, octubre 06, 2010

Días de náusea y furia

Hay un personaje, en una novela escrita por Jean Paul Sartre, que viene a mi mente en este momento. Es un humanista. O por lo menos pretende serlo. Sartre lo describe, en un determinado pasaje de su libro, sentado en una mesa, conversando con otra persona, un discípulo. Hay una mosca dando vueltas. El personaje escucha a su interlocutor en silencio, en aparente calma. Pero en realidad es tal como dice el saber popular: la procesión va por dentro.

En cierto instante la mosca se posa sobre la mesa y entonces el personaje, con un tremendo golpe, decidido, desmedido, absolutamente desproporcionado, la revienta sobre la superficie del mueble, ante la sorpresa de su interlocutor, que del susto casi cae de su silla. El hombre entonces simplemente explica, mientras observa los restos de la mosca que han quedado adheridos a la madera: Acabo de hacerle un favor a este insecto.

No es difícil suponer que acaso este personaje en realidad hubiese querido matar no a esa mosca, en definitiva inocente, sino al estudiante que hablaba con él. O tal vez en el fondo deseaba acabar incluso con su propia existencia. No hay manera de saberlo. Finalmente, se trata sólo de un personaje ficticio. Y sin embargo nos lleva a preguntarnos por qué razón, a veces, un pretendido humanista puede convertirse, de la noche a la mañana, en un criminal en potencia.

Y la única respuesta que encontramos es que acaso no medie tanta distancia, finalmente, entre ambas posibilidades. Quizás la única diferencia, esa que marca la pauta que separa al humanista del criminal, sea un repentino rapto de lucidez.

Y es verdad que acaso valdría la pena aclarar si consideramos que la lucidez está de un lado (el del humanista) o del otro (el del criminal). Sin embargo no lo haremos. Dejamos este detalle en manos de las intenciones de cada lector. Que por otra parte la respuesta a esta pregunta puede cambiar, ya lo hemos dicho, de la mañana a la noche.

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