miércoles, febrero 08, 2012

Pasiones y cuerpos virtuales


"Inventamos lo prohibido para tener emociones y necesidades", señaló alguna vez el dramaturgo Darío Fo. "Pareciera que si nos quitan lo prohibido nos quedamos sin el placer de hacerlo." Resulta claro lo que dice Fo, quien sabe, por cierto, de prohibiciones. Pero una cosa es lo prohibido que pese a serlo resulta alcanzable, y otra muy distinta aquello que además de prohibido resulta utópico, cuyo deseo únicamente puede conducirnos a una permanente desilusión.

Si a una persona le dicen que no puede entrar en un lugar, es ahí exactamente adonde querrá entrar. Pero si a la larga resulta que ese lugar al cual uno quería entrar porque no lo dejaban finalmente no existe, el placer se convierte en una frustración irremediable. Es como esa historia que imaginó alguna vez Bioy Casares, cuando el protagonista de La invención de Morel se enamora de Faustine, solo para enterarse más tarde (pero ya irremediablemente enamorado, con lo cual no puede dejar de desear) que Faustine no es real, sino tan sólo una proyección generada por una compleja maquinaria.

Tristemente, todos somos en cierta medida una proyección imaginaria de los demás. Y los otros una proyección imaginaria que nosotros hacemos de ellos, claro. Acaso el cuerpo nos seduce porque nos promete la posibilidad de ir más allá de este engaño, y de allí derive el deseo. Finalmente, incluso cuando uno nunca pueda llegar a sentir las sensaciones del otro, e incluso cuando el otro no exista tal como lo imaginamos, es difícil negar la otredad en sí misma en el contacto con la piel del otro, en el momento del encuentro de los cuerpos.

Pero hay un cuerpo ausente, cada vez más pertinaz en nuestra cultura, del que no es posible esperar esta clase de evidencia.

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