lunes, diciembre 30, 2013

Los espejos de Roma

Por qué esta insistencia con
el tema de los espejos, preguntás.
Y me contás que si a un pez que nada
solitario y triste en su pecera
se le pone un espejo cerca
para que se vea
para que crea que allí hay otro como él
eso alcanza para cambiarle el ánimo.
¿Seremos como los peces?
Yo no sé.
Digo, no sé nada de peces,
excepto por la letra de aquella canción:
We're just two lost souls swimming in a fish bowl 
year after year... 
Ahí hay algo de mí, y también de vos,
que somos en buena medida,
esto sí lo puedo asegurar,
lo que ciertos espejos que elegimos
o que misteriosamente nos eligen
reflejan para nosotros, de nosotros mismos,
a veces para bien, otras veces para mal,
y somos entonces como Roma,
el revés de la trama,
los mecanismos secretos
que nos llevan a seguir un día más
diríase que empecinadamente
nada más porque de pronto
uno siente que allí hay algo
y desea ver lo que sucede
si es que acaso algo
y ojalá algo suceda
para que haya valido la pena
esto de haber persistido.

Lo que reflejan los espejos
no es sino una ilusión,
ya lo sé, no soy tan necio
como para pretender otra cosa.
Y sin embargo, para que exista ese reflejo,
es menester que haya alguien que nos refleje
y alguien que se vea reflejado,
acá estoy, mirame,
mirame para que pueda verme,
y mirate también vos
que éste es tu reflejo,
el revés de la trama,
una carta sobre Roma
que te escribo sin decirte
que esa carta habla de eso.
Y te hablo de peces y de espejos
y sobre todo de palabras
por no mencionar el miedo.
El miedo de que por fin te des cuenta
de que en verdad te hablo de aquella ciudad
inhóspita y distante como un espejismo,
cobardía de las palabras que se mantienen
a la mitad de cualquier sentido,
que dicen sin terminar de decir
y callan sin terminar de callar
eso que no dicen del todo.

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