sábado, septiembre 12, 2015

De hombres y dioses

I.
Y cuidado, que yo soy de los que piensan:
"Qué gran suerte que en este mundo
haya gente que no es como soy yo."
Y no es que yo sea un mal tipo,
no considero serlo, por lo menos,
pero reconozco que al mundo le hace falta
un equilibrio que yo no estoy preparado para darle,
un poco de sana cordura, si se quiere,
un poco de estructura y orden,
alguien que crea en algo,
ya sea en la política, en la justicia,
en el futuro, en la inocencia, en la utopía,
en la incondicionalidad de los amantes,
alguien que de algún modo convenza a Dios
de que no vale la pena hacer aun de este mundo
una renovada secuela de Sodoma y Gomorra,
y que merecemos todavía la chance
de alguna clase de redención.
Todo ello, por supuesto,
para el improbable caso
de que Dios exista.
Ojalá así sea,
Amén.

Es que a veces resulta más sencillo creer en Dios
antes que seguir intentando confiar en los hombres.

II.
Ah, es verdad, por supuesto: está la poesía.
Acaso Dios decida ser misericordioso con los poetas,
a quienes tanto ha castigado con el don de sentir
las cosas de una manera diferente de los demás;
tal vez la redención sea la recompensa que
venga a compensar tanto vano sufrimiento previo.
Pudiera ser, y sin embargo cabría preguntarse
si acaso Dios, para el caso de que exista
y ojalá así sea, ya lo he dicho antes,
será capaz de apreciar la poesía de los hombres,
que muy a pesar de haber sido concebidos
a su semejanza y divina imagen,
algunos le han salido poetas y otros asesinos.

Se me dirá tal vez que sí, que claro, que es evidente,
que solo un Dios amante de la poesía podría haber
creado la maravilla absoluta del cielo, los mares,
la luna inconstante, las coloridas mariposas,
tanta belleza indecible que en el mundo existe...
Pero atención, que no pocas veces en su enojo
nos ha tenido destinada también la destrucción
de esas mismas cosas bellas y de nosotros mismos,
hermosas y frágiles criaturas vomitadas al mundo
sin explicaciones ni reglas claras que nos permitan
conocer al menos cuál sea el objetivo del juego.
Dios poeta y vengativo, creador y destructor,
acaso la poesía, lo mismo que la maldad,
no sea más que un efecto secundario,
no previsto ni deseado, que surge en algunos
como el herpes, el mal aliento o el sarampión.


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