Cuando éramos niños,
de esto hace mucho tiempo,
en un siglo ya pasado y viejo,
a menudo temíamos quedarnos solos,
pues intuíamos que los monstruos
que acechaban en medio de
las sombras de la noche
solo serían capaces de alcanzarnos
si nuestros padres no estaban cerca.
Conforme pasaron los años
terminamos comprendiendo que
aquello no era, al fin y al cabo,
más que un ingenuo miedo infantil.
A la larga conseguimos aceptar
que más allá del temor
ninguna abominación se escondía
en la vaga oscuridad nocturna,
y que podíamos dormir sin compañía,
cuando no hubiese más remedio,
sin peligro mayor que acompañados.
Y aunque todavía nos sigue inquietando
en no pocas ocasiones hallarnos solos,
al menos ahora sabemos la verdad:
que los verdaderos monstruos
no se ocultan en los pliegues de la noche,
no se ocultan en los pliegues de la noche,
sino que viven dentro de nosotros mismos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario