lunes, julio 16, 2018

Sueño 180716 - Los mortales

Ibamos caminando por un paraje extraño, nocturno, como al costado de un bosque, que permanecía iluminado por cientos de velas encendidas. Esto sucedía en un tiempo posterior al tiempo de los hombres, aunque todavía quedaban restos de la antigua civilización. Yo iba acompañando a un ciego, un sujeto entrado en años, pero de gran porte y aspecto importante. Yo venía a ser algo así como su lazarillo, pero era él quien conducía el rumbo. Sospeché que su ceguera no era total; que acaso era un ciego con cierto don de videncia, como el legendario Tiresias.

En cierto momento nos cruzamos con dos varones que nos preguntaron con tono severo adónde nos dirigíamos. Yo les mostraba un mapa, creyendo que tal vez ellos podrían revelarme cuál lugar era aquél. Uno de esos hombres me dijo entonces que los mapas ya no servían, pues no había ningún sitio al cual todavía se pudiese ir. Me pareció que aquellos personajes nos miraban con cierto recelo, y algo debió haber notado también el ciego, pues retomando decididamente el paso comenzó a avanzar, diciendo que debíamos irnos de aquel lugar. Cuando lo alcancé, ya estaba hablando con un tercer hombre, que le daba indicaciones para llegar a alguna parte:

- Si siguen derecho van a encontrar un río, y poco después dos estatuas enormes que flanquean el camino...

Los dos hombres a los que les había mostrado mi mapa nos habían seguido a cierta distancia y también ellos escuchaban la conversación. De repente una mujer se acercó y dijo que lo mejor sería que nos quedáramos en aquel lugar, pero lo hizo con una intención que me pareció dudosa. Y debió de parecerme bien, porque lo siguiente fue que los hombres agarraron con fuerza al ciego, y luego alguien que parecía ser el que mandaba en aquel lugar, a quien desde aquí llamaré "el monarca", ordenó que se lo llevaran, no sin añadir que más tarde iban a decidir si lo ejecutaban a él o a otra persona que también tenían prisionera.

Al escuchar esto protesté. Al parecer en aquel sitio había tenido lugar un crimen, y por ende debían castigar a alguien. Pregunté entonces qué pruebas tenían en contra de aquel ciego.

- Todos los hombres son culpables de alguna cosa o bien están destinados a serlo -fue la ambigua respuesta del monarca.

- Pero ustedes estarían convirtiéndose en culpables si mandan matar a un hombre que todavía no ha hecho nada -atiné a responder yo.

- Eso es muy cierto -concedió el monarca, tras un segundo de vacilación. Pero en todo caso ese será un asunto del que vamos a ocuparnos en otro momento.

Al comprender que mis intentos por hacer entrar en razones a aquellas personas serían vanos, me puse a vociferar:

- Al fin y al cabo esta vida es pura mierda. Y todos estamos en lo mismo, no importa si somos monarcas o pobres vasallos. Comemos y cagamos, nos vamos a dormir, nos despertamos, y así siempre, hasta que un buen día nos encontramos con la muerte. De vez en cuando copulamos, tenemos hijos, nos reproducimos y después nos morimos. O nos matan. Y nada de todo eso importa.

Yo sabía que estar gritando todo eso allí, en presencia del monarca, podía redirigir su enojo fulminante hacia mi persona. Y sin embargo me sentía al mismo tiempo impune, con la impunidad que a uno le da el saber que de todos modos ya no se tiene nada por perder. Pero igual me terminé retirando de la escena para llorar, no sé si por la suerte que iba a correr el hombre ciego, o por la que nos toca correr a todos nosotros, los mortales.

No hay comentarios.: