miércoles, enero 22, 2025

Sueño 250120


Había un pequeño ratón en algún momento de mi sueño. O al menos eso creo. Un ratón simpático, del cual me apiadaba, sabiendo que mucha gente iba a estar dispuesta a matarlo sin miramientos. Esta conciencia repentina de la importancia de las vidas aparentemente insignificantes debería, por sí sola, justificar el relato de este sueño. Pero ese ratón no volverá a aparecer. Al menos no en la forma de  un roedor. Después, esto sí lo recuerdo perfectamente, me encontraba con Graciela S. (curiosa coincidencia de iniciales), una colega docente, que se jubiló hace poco. Me decía, angustiada, que se arrepentía de haberse retirado. Me preguntaba si yo podía hacer algo para que pudiese volver a dar clases. Yo le respondia que claro, que alguna cosa íbamos a inventar, aunque no tuviese idea de qué podía llegar a hacer al respecto. Después de eso, recuerdo estar en la calle, vagando sin rumbo. En algún momento sentí que el sueño me vencía, al punto que debí recostarme en el suelo, ahí mismo, en donde estaba, para descansar un rato. Apareció entonces un vagabundo que me empezó a dar charla. Yo no entendía qué quería de mí. De pronto dijo que ahí cerca, en un colegio, iban a hacer una  obra sobre Juan Lavalle, y me preguntó si yo iba a ir. Le pregunté en cuál colegio, pues ahí, en el barrio de Caballito, había más de uno, pero no logré hacerme entender. Ahí apareció otro muchacho, de aspecto sucio y cansado, que me dijo: "No le hagas caso, ¿no ves que está fisura?" Comprendí que los dos vivían ahí, en la calle. Yo no, incluso cuando en ese momento no tuviese ningún rumbo, pero de todos modos revisé instintivamente qué cosas llevaba conmigo, pensando en cómo podría arreglármelas con eso, si no llegaba a encontrar un lugar a dónde ir. 

Volví a caminar. Escuché ruido de lluvia fuerte, pero apenas caía una ligera garúa. Tenía conmigo un paraguas, pero decidí que no valía la pena abrirlo. Noté que me costaba caminar. Pensé que era así como sucede en algunos sueños, donde a menudo resulta difícil dar un paso tras otro, como si los pies de repente pesaran mucho más de lo normal. Eso era exactamente lo que me sucedía. Miré a mi alrededor, para ver si otras personas tenían la misma dificultad, pero justo en ese momento llegué a la esquina, y al doblar pude volver a caminar con un poco más de facilidad. A mi lado pasaron dos bicicletas, peligrosamente cerca. Les largué un insulto. Las dos chicas que manejaban protestaron ante mi reacción, ofendidas. Les grité que no podían andar así por la calle, a lo loco, que podían lastimar a alguien. En ese momento llegué a la entrada del edificio donde vive mi madre. Había una niña en monopatín, queriendo entrar. Le abrí la puerta y le dije que subiera, nomás. Yo preferí esperar: no quería compartir el ascensor con nadie.

Víslumbré entonces la imagen de un grupo de gente. Me esperaban. Pero no estaban realmente allí. Era más bien como una imagen en una pantalla, o como una escena montada con cierta torpeza. Cuando los miré de frente, comenzaron a aplaudir. Pensé que se trataba de una situación absurda, y al mismo tiempo irreal. Decidí no hacerles caso, sabiendo que de ese modo desaparecerían. Así sucedió. Fue entonces cuando, al mirar hacia un costado, lo veo aparecer a mi viejo. 

一¡Papá!... 一exclamé emocionado, y lo estreché de inmediato entre mis brazos一. Te extrañé tanto...

De inmediato me corregí: "Te extraño tanto". Y mientras comenzaba a llorar, perdido entre sus brazos,  logré añadir: "No tenés idea... Tendría tantas cosas para contarte".

El simplemente me dijo: "Yo también". Todo lo demás me lo expresó en su abrazo, que fue más de lo que podría explicar aquí con palabras. Después, todo se desvaneció, excepto mi llanto y la sensación del abrazo contenedor. Desperté. Y despierto es que elijo quedarme con la idea de que no todo fue una  simple ilusión. Que los sueños a veces nos conectan con algo que no logramos percibir mientras estamos despiertos.

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