Una vez leí un cuento...
Curiosa manera de comenzar un relato, remitirse a otro relato, pero así son las cosas a veces, la propia historia concurriendo en historias ajenas, a veces reales, otras veces imaginarias, que ni siquiera será fácil en ocasiones distinguir entre unas y otras, entre propias y ajenas, entre verdaderas y ficticias.
A veces puede incluso suceder que una historia sea absolutamente ficticia, y a pesar de ello sostener una metáfora auténtica. Pero no diremos si tal será o no el caso aquí, y volvamos al hilo inicial de este párrafo ahora mismo, a fin de mantener una mínima coherencia, que siempre resulta razonablemente exigible por parte del eventual lector.
Una vez leí un cuento. El protagonista de la historia era un vampiro, que durante siglos había vivido, obligado por la naturaleza de los de su especie, sumido en las profundidades de la noche oscura, alimentándose de sus víctimas, al fin y al cabo siempre inocentes, pero del mismo modo necesarias, bebiendo su sangre en silencio, y luego escondiéndose del espanto de la luz diurna, y debe entenderse que esta palabra, espanto, no debe ser tomada aquí como un calificativo estético, como quien dice que es espantosa de una enorme rata, que así y todo habrá a quien tal bestia no le resulte desagradable, sino que responde al hecho de que para los vampiros, tristemente para ellos, por fortuna para los hombres, que de este modo encuentran reparo a la acechanza de aquéllos, la exposición a la luz del día resulta mortal. Curiosa debilidad tratándose aquí de quienes, de otro modo, alimentándose de sangre humana y permaneciendo ocultos en la oscuridad y a buen resguardo de estacas clavadas en el corazón, resultan prácticamente inmortales.
El cuento en cuestión, si mal no recuerdo, pues lo leí hace tanto tiempo que de repente esa época me parece inmemorial, se titulaba “El monstruo está cansado” . Y tal era el nudo central del relato: el vampiro, harto ya de su propia naturaleza, harto acaso ya de estar harto, como bien cantara alguna vez un catalán, cansado de la eternidad en las sombras, de su soledad, del sabor de la sangre repetida en su boca, y de ese apetito constante que noche tras noche le devoraba el alma, que hasta los monstruos y los vampiros tienen una, un buen día (se trata obviamente de un decir, que nos referimos en realidad a una noche) reflexiona sobre su presente y su pasado, revisa su historia, cuestiona su porvenir, mira a través de los enormes ventanales de su castillo el cielo estrellado, y así transcurren las horas, hasta que en un determinado momento cierta indecible inquietud le hace notar que allá lejos, en el horizonte, el cielo parece haber comenzado a clarear.
El vampiro entonces duda, aunque su turbación apenas dura un instante. Con todo, este detalle no deja de ser destacable, pues los seres que en cierto modo pueden considerarse inmortales, incluso cuando semejante condición dependa de menudencias tales como no exponerse a la luz del día o evitar que una estaca de madera sea clavada en su corazón, poseen el don de no vacilar demasiado, lo cual no deja de ser a su vez curioso, siendo que precisamente ellos podrían tomarse todo el tiempo del mundo para reflexionar antes de dar un paso en falso, que después de todo, y a diferencia de lo que sucede con los mortales, tiempo es lo que les sobra. Tal vez sea una cualidad que enseñe el paso de los siglos. O acaso sea que los inmortales, por su propia condición, nunca dan pasos en falso. La cuestión es que el vampiro duda, cierto es que sólo un instante, y luego permanece tranquilo, viendo cómo el horizonte aclara de a poco, ahora ya de manera evidente, observando casi con curiosidad el modo en que las sombras se van disipando con lentitud. Luego se dirige al portal del castillo, lo abre de par en par, y comienza a caminar, sin prisa ninguna, de cara al sol naciente, que ya comienza a hacerse sentir. Por vez primera, en interminables centurias, una extraña calidez acaricia la pálida piel de su rostro.
Allí termina el cuento en cuestión. No estoy seguro de cual haya sido la razón por la cual me vino a la mente, algunas noches atrás, para quedarse desde entonces dando vueltas por mi cabeza. Acaso haya sido debido al título, por aquello de andar cansado, que así es como me siento yo de un tiempo a esta parte, y así es como ando desde entonces por la vida. O acaso haya sido debido a estas sombras, que desde hace un tiempo se han venido a instalar en mi alma, sin que sea capaz de recordar ni cuándo ni cómo las cosas comenzaron a ser del modo en que hoy son. O tal vez sea por culpa de este apetito insaciable, o de esta soledad, o simplemente porque hace ya tanto tiempo que mi rostro no siente la caricia de la luz del sol.
viernes, diciembre 14, 2007
Das Tier ist müde
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2 comentarios:
Esa clase de recuerdos aparece cuando uno menos lo espera, de un segundo para otro. Creo que hay una estrecha relación entre el presente histórico de uno y la aparición de determinados recuerdos. Si bien el inconsciente puede ser traicionero muchas veces, en otras ocasiones puede ser un oportuno amigo.
Espero que estés bien Germán. La época en la que nos encontramos no suele ser la mejor, en el sentido de que trae quizás recuerdos, la mayoría tristes ¿Qué hacer con ellos? Si tuviera esa respuesta entonces las cosas serían muy fáciles.
Un abrazo Germán. Chin chin, un nuevo año comienza, que se cumplan tus proyectos...
Gracias muchas, Fran. Y de más está decir que retribuyo.
No estoy bien, es cierto, pero no tiene que ver con la época del año sino en todo caso, como lo dice el relato, de un incierto cansancio, de un hartazgo anímico, si querés...
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