viernes, enero 11, 2008

Diálogos con uno mismo en el tiempo


La niña de la foto no tiene más que un puñado de meses. Ya se sostiene sola en sus pies, pero sus ojos llenos de asombro nos dicen que recién comienza a descubrir el mundo. Son ojos llenos de futuro y de inocencia. De la inocencia propia de quien todavía no sabe, precisamente, que tiene un presente, un pasado y un futuro.

Carolina me explica entonces la idea: cada vez que se siente mal, sola o triste, o está a punto de cometer alguna macana, saca la foto de su cartera, la mira, y se imagina que la niña del retrato (ella misma hace más de veinte años atrás, en definitiva) la mira con esos ojos, llenos ya se ha dicho de qué cosas, y le hace un ligero reproche. Algo así como "qué es lo que me estás haciendo".

La idea me sorprende y me gusta. Me sorprende, porque si debo ser sincero Carolina me daba un perfil quizás más frívolo y no esperaba de ella una reflexión semejante. Nueva evidencia de que no debemos prejuzgar. Y me gusta porque me parece preferible rendirle cuentas al niño que uno fue en algún momento, antes que a un dios inventado por otras personas. Y no es que comulgue con el ateísmo, lo cual sería de por sí una formidable paradoja lingüística, sino que pienso que para el caso de que Dios exista sabemos tan poca cosa de él y bastante más, en cambio, de nuestras propias esperanzas y lealtades respecto de nosotros mismos, y de la exacta medida en la cual hemos sido o no fieles a ellas a través del tiempo.

No se lo digo a Carolina, pero lo cierto es que en algunas ocasiones recurro a un artilugio semejante al suyo. No hay foto de por medio y no me remito al pasado, tanto como al futuro. O mejor dicho, al tiempo presente que es, al mismo tiempo, pasado de nuestro futuro. Allí donde Carolina elige verse en el comienzo de su vida, yo me ubico a veces en el final y me imagino en una cama, viendo llegar los minutos finales de mi existencia. E imagino entonces que alguien me ofrece, mágicamente, volver a vivir un día de ese pasado que ya ha sido. Ese momento del pasado es en realidad, como podrá fácilmente adivinarse, el actual momento presente. Y el ver las cosas desde semejante perspectiva suele servir para medir las cosas de una manera por completo diferente.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

y sí... la verdad que sí... viendoló desde ese point of view dan ganas de saltar de la cama y salir a caminar por ahí con los ojos bien abiertos y con el corazón exaltado.

Anónimo dijo...

Si supongo que a este exacto día lo debo vivir un millón de veces, ¿estaría dispuesto a vivir la repetición de todos los momentos que no valen la pena? Hay que aprovechar cada día como si fuera el último.

Germán A. Serain dijo...

Anónimo, si pudieras o tuvieras que vivir un mismo día un millón de veces, acaso tendrías la posibilidad de aprender, al cabo de todas esas veces, el modo más feliz de vivir ese día. El problema pasa por otro lado, me parece. Que es el hecho de que no tenemos modo de volver atrás ni un solo segundo de nuestras vidas para corregir lo que hagamos hecho mal. Es como decirte que la vida es un juego, del cual nadie nos ha explicado las reglas. Y que una vez terminado no puede comenzar a jugarse de nuevo.

Gracias por pasar.

P.S.: Me gusta más cuando los comentarios aparecen firmados con un nombre. Esto también corre para vos, Yo... O sea... ¿Ves los problemas que se arman?

Anónimo dijo...

Creo que no me entediste Germán. Ser trata de una condena de repetición en el verdadero sentido de la palabra. Esto tiene que ver con el concepto de la repetición infinita de Nietzche (Schoppenhauer?).
Imaginemos que estamos condenados a repetir esta vida un millón de veces, sin poder cambiar nada de lo que hicimos la primera vez. ¿No haríamos mejor entonces las cosas la primera vez?
Mi nombre es Daniel.

Germán A. Serain dijo...

¡Ah!... Sí, Daniel. Conozco la teoría del eterno retorno. No sólo todo está escrito, y no podemos apartarnos ni un ápice de ese camino (estas palabras, las tuyas, las mías, todo está planteado de antemano), sino que por añadidura todo se repite permanentemente sin que lo sepamos.

Puede que sea así. En todo caso, si así fuese no tendríamos modo de saberlo a ciencia cierta, con lo cual no existiría el libre albedrío más que como una ilusión.

Pero acaso no habría entonces una vez primera (todo es eterno retorno), como tampoco existiría el tedio, pues repitiríamos sin saber que repetimos: para nosotros sería siempre la primera vez.

Anónimo dijo...

Yo lo interpreto como una metáfora y no en forma estricta. Es la forma de plantear la ética. Estamos condenados a repetir lo que hagamos bien y mal... y supongamos que esta vez, la que estamos viviendo, sí tenemos libre albedrío.

¿No elegiríamos hacer sólo las cosas que pudiéramos aceptar repetir?

Lo veo como una guía para filtrar lo que sí nos interesa hacer de lo que inadvertidamente hacemos al vicio.

Por todo esto es que lo comenté como una forma de actuar y ser consecuente con uno mismo: se puede hacerlo vs. la foto del niño, se puede hacerlo desde una cama - agonizante, o se puede hacerlo vs. la metáfora del eterno retorno.

Germán A. Serain dijo...

Ahora sí quedó claro, Daniel.

Es también un buen truco, es cierto. Aunque me generás ahora la duda de si un paraíso en el cual todo fuese eternamente correcto y bueno no nos terminaría aburriendo (a mí, a vos, a cualquiera que sea suficientemente humano)...

(Por eso es que me gusta más una teoría evolucionista del mundo que una de eternas repeticiones, porque errar no sólo es humano, sino a veces también atractivo.)

Anónimo dijo...

Se trata sólo de suponer que vamos a repetir eternamente cada acción antes de realizarla - como una guía para decidir. Es sólo eso.

La perfección es cómo el norte para nuestra brújula, un norte al que jamás llegaremos pero marca el camino... y concuerdo con vos que por suerte es así.

Como ejemplo te cuento una experiencia real: para entender cómo aprenden las personas se reunió unos 30 adultos y se les pidió que armen la torre más alta posible con piezas que no se adhieren entre sí. La persona que armó la torre más alta resultó ser aquella a la que más veces se le había derrumbado la misma.

Errar es parte del camino, y el placer - más que llegar a la meta - consiste en recorrer el camino con pasión.

El único lugar que está poblado por gente que no se equivoca es el cementerio.