La vida tiene estas
cosas:
todos los días hay gente
que nace,
y también están los que
se mueren.
Así ha sido siempre
desde que el mundo es
mundo
y así seguirá siendo
por siempre jamás, amén.
Pero cuando muere un
payaso
hay algo distinto que se
rompe.
Cuando un payaso se muere
cierta incredulidad nos
asalta
y en el cielo las
estrellas
parecen llorar en
silencio,
y no podría ser de otro
modo.
Mientras tanto, aquí en
el mundo,
el niño que alguna vez
fue
y disfrutó con sus ocurrencias
se pregunta dónde ha
quedado la infancia,
qué habrá sido de aquella
inocencia,
y puede también que se
mire
un instante en el espejo
y comprenda,
un poco triste,
el paso del tiempo,
ese implacable.
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