lunes, diciembre 31, 2012

Uvas

A ver, me gustaría intentar explicarte esto. Estoy comiendo unas uvas que compré esta mañana. Unas cuantas uvas, que no estaban previstas en el listado de la compra que ya estaba confeccionado desde antes de que uno llegara a ese negocio en el cual se venden frutas y verduras y legumbres. Pero las uvas en cuestión estaban allí, en un cajón, y se me presentaron con tanta fuerza que resultó imposible ignorarlas. Te digo más: yo que suelo ir por la vida cuestionando el concepto de pecado, sentí que hubiese sido un acto casi pecaminoso decirles que no, haber hecho de cuenta que  no estaban allí, ofreciéndose. Hubiese sido, y fijate la palabra que voy a utilizar, casi perverso rechazarlas. Esas uvas son las que estoy comiendo en este preciso instante, mientras escribo estas líneas, que nacen desde la yema de mis dedos sin saber muy bien a dónde se dirigen, o qué van a terminar diciendo. Y están verdaderamente exquisitas. A las uvas me refiero, no a mis líneas, que tanto no pretenden. Casi me atrevería a decir que no recuerdo haber comido antes uvas tan deliciosas como éstas. Y a qué viene toda esta perorata, te estarás preguntando, como si yo tuviese la respuesta a esa pregunta. Pues no, no la tengo, y tal vez en realidad todo se acota nada más a esto que acabo de contarte. Es que a veces las cosas son mucho más simples de lo que uno cree. A veces la verdad se esconde en gestos tan mínimos, tan aparentemente intrascendentes como dejarse seducir por un racimo de uvas oscuras y lustrosas. Pero no te dejes engañar: que se trate de un gesto simple o incluso mínimo no significa que estemos hablando de una intrascendencia. Todo lo contrario: la vida entera se define a veces en gestos tan simples como estas pocas uvas que no estaban previstas y sin embargo; en esta exquisitez que se manifiesta en este preciso momento, duradero o no, pero que es lo único que existe. Después estas uvas serán pasado, y determinarán desde allí algún otro presente, o tal vez incluso vaya a saber uno qué insospechable futuro. Pero ahora, en este instante, la vida es este sabor a fruta madura. Y es en este sabor, y no en los grandes balances, ni en los proyectos futuros, donde se resuelven verdaderamente los misterios de la existencia y del mundo.

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