jueves, noviembre 21, 2013

Ser feliz

"¿Soy feliz?... ¿En qué medida?... ¿Y qué es exactamente la felicidad, en cualquier caso?" Puse estas preguntas en boca de mis estudiantes, hace apenas un par de horas atrás. Ojalá haya servido para que alguien de entre todos ellos se haya planteado realmente estos interrogantes. Pero como suele suceder cuando uno enseña, en realidad las preguntas están secretamente dirigidas a uno mismo. Acaso por este motivo, hace apenas unos minutos, mientras regresaba de la facultad en mi auto, escuchando una canción en la radio, estos cuestionamientos volvieron a mí, pero esta vez el único que estaba allí para responderlos era yo.

Me digo entonces que la felicidad es un estado mágico, que se da en momentos aislados. Y que claramente he tenido -como todos, supongo- mis momentos de felicidad. Jamás voy a olvidar el estado de felicidad que me causó el nacimiento de mi hija, por ejemplo. Pero salvando las distancias, reconozco que no ha sido el único. Pienso entonces que tal vez la felicidad suele tener lugar de manera fugaz, en momentos que, si uno no está lo suficientemente atento, pueden llegar a pasar desapercibidos. En este gesto mínimo que ahora mismo aparece en mi rostro, por ejemplo, que casi podría llegar a parecer una sonrisa, incluso cargada de melancolía y sin decidirse a serlo, ¿no habrá acaso un germen de felicidad?

Pero no hay nadie para ver mi gesto, porque estoy solo. Y entonces viene esta otra pregunta: ¿hasta qué punto será verdad que la única felicidad real es aquella que se comparte? ¿Por qué uno necesitaría de un testigo que venga a convalidar su felicidad? ¿Qué clase de lógica es la que nos lleva a desear la presencia de alguien que viva junto a nosotros la experiencia que nos conmueve? Pero no se trata de atestiguar, sino de compartir. Y también de ser visto por ese otro, cuya presencia nos define. Comprendo entonces que muchas veces la felicidad para mí ha sido intentar ser la persona adecuada, ese que incluso desde sus torpezas y limitaciones buscó agasajar, acompañar, ayudar, sostener, enseñar... Quién sabe si no es por esta razón que me gusta ser docente, un ejercicio que vivo desde el afecto y la búsqueda de reciprocidades, enseñar y aprender de aquellos a quienes enseño, acompañar y ser acompañado, y esta sensación de vacío que me queda al terminar un ciclo lectivo.

Pero estoy obviando una cuestión. Hoy alguien me preguntó si realmente toda felicidad es ilusoria. Si el amor es siempre algo imaginario. Porque, en efecto, en la materia que doy en la Universidad se habla mucho acerca del amor. Y yo no dudé ni un instante al responder que sí. Que no hay nada detrás del amor que no sea sino ilusión. Pero también dije que en realidad eso no importa, porque mientras una ilusión conserve su fuerza tendrá efectos que no pueden ser sino reales. El sentir es siempre algo real, aunque no haya nada objetivamente concreto detrás. No importa que hablemos de prometedoras ensoñaciones o de nuestras peores pesadillas. Entonces pienso de nuevo en ella, que se ha ido. La ilusión se terminó, the game is over. Pero las ensoñaciones son persistentes. Muchas veces fui feliz estando a su lado, debo reconocerlo; extraño la magia de esos momentos. Pero entonces viene el problema de la reciprocidad, sin la cual estas ilusiones, cuando no se disuelven, nos lastiman. Ya he dicho que nada en la ilusión es real en sí mismo, pero el dolor sí lo es. Y en cuanto al amor, por ilusorio que sea, siempre marca la presencia o la ausencia de un otro. Un otro siempre imaginario, pero en tanto uno ame eso no interesa, porque el sentir de imaginario no tiene nada. Pero tampoco sirve de nada si al otro le somos indiferentes, si le da lo mismo que estemos vivos o muertos. ¿Resulta razonable pensar que en algún momento alguien puede llegar a cubrir este vacío, supliendo una ilusión con otra nueva? Es posible, y acaso deseable. Mientras tanto se sigue viviendo, y se intenta ser feliz en la medida de lo posible. A veces hay incluso un atisbo de sonrisa melancólica que uno esboza sin darse cuenta mientras se pregunta qué será eso de la felicidad.

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