domingo, febrero 05, 2017

Líneas narrativas

Acabo de terminar de leer una novela. No consignaré aquí su título, pues lo que pretendo escribir implica revelar su final. Digamos nada más que se trata de una novela magnífica, escrita por un famoso autor estadounidense, que sin embargo rompe con al menos uno de los preceptos básicos que se supone que todo buen relato debería respetar: no dejar líneas narrativas abiertas. Esto aquí no se cumple. Uno de los personajes centrales de la historia aparece un día brutalmente golpeado. Alguien lo lleva a un hospital. Pero el autor se ocupa de colocar a este alguien en una ambigua situación: plantea la sospecha de que él sea el responsable de la golpiza, al mismo tiempo que deja entrever su inocencia. Además abre otra intriga: no termina de definir si el personaje golpeado ha muerto o si, por el contrario, logró recuperarse. Son nada más dos de las varias cuestiones que van quedando pendientes de resolver. Uno va leyendo el libro y se da cuenta de que cada vez quedan menos páginas para llegar al final. Demasiado pocas, para la cantidad de incógnitas que resta solucionar. Hasta que un inesperado y trágico accidente, en el cual mueren tanto el protagonista principal como el sospechoso de haber castigado (¿asesinado?) al otro personaje que antes mencionamos, pone un abrupto punto final al libro. Nos quedamos así con un montón de cuestiones vinculadas a la trama sin desentrañar; múltiples líneas narrativas quedan abiertas y truncas.

¿Se trata realmente de un error dentro del relato? ¿De verdad el famoso novelista estadounidense se equivoca de un modo tan grosero? ¿O acaso está planteando que así es precisamente como suceden las cosas en la vida real, y que las historias simplemente se terminan en el momento en que la vida acaba, sin que interese si hemos dejado asuntos que han quedado irresueltos de manera desprolija? Es como si en un giro maestro de la ficción el protagonista de la novela se mimetizara con el lector: los dos están en la búsqueda de las mismas revelaciones, de los mismos cierres narrativos, que no tendrán lugar. Al menos no del modo en que esperábamos, porque al fin y al cabo sí hay un final. Muere de repente el protagonista. Y no hubiese sido demasiado diferente, a los fines del relato, si el muerto hubiese sido el lector. Los efectos hubiesen sido parecidos, en lo que a las intrigas de la historia se refiere. En ambos casos nos hubiésemos quedado sin develar las mismas cosas.

Los finales muchas veces son así de inesperados. Tan inesperados como el final de nuestra propia existencia. Tal vez este sea el mensaje de esta novela, carpe diem. Los puntos finales caen, sencillamente, en el preciso lugar en donde caen. Lo que hayamos hecho hasta ese momento, esa será la obra inevitablemente inconclusa, pero al mismo tiempo concluida.


1 comentario:

Germán A. Serain dijo...

Para quien desee saber de qué libro se trata, con la comprensión de que conocer el final de un buen libro no le quita nada de su magia: La música del azar, de Paul Auster.