viernes, noviembre 13, 2020

Jazz noruego, Rayuela, Jouhandeau, la Luna

Suena un contrabajo, delicadísimo. Quien lo toca se llama Arild Andersen. El nombre me suena conocido, pero de todas maneras busco precisiones. El músico es noruego, nacido en octubre de 1945. Por supuesto: alguna vez grabó con Jan Garbarek, de ahí me suena. Aquí toca acompañado por Helge Lien y Gard Nilssen, en piano y batería respectivamente. Estos dos nombres me resultan desconocidos por completo. El jazz noruego no es mi especialidad. Sin embargo abro el enlace que se me ofrece y veo que además de los treinta y cinco discos que me prometen más músicas de Andersen, hay otros siete más de Lien. Dejo al baterista en paz, pero sé que la red que podría tejerse a partir de aquí sería amplia, interminable, apenas una entre las muchas posibles, y sobre todas las cosas: inabarcable. Ésta es la palabra que en el fondo más me duele.

De repente recuerdo de un pasaje de "Rayuela", la antinovela de Julio Cortázar, y dejo de lado una búsqueda para iniciar otra, mientras el piano de Helge Lien sutilmente me dice que sus manos sobre las teclas blancas y negras tienen mucho que decir, y que yo debería escucharlo con atención. Encuentro "Rayuela", puntualmente el Capítulo 84, que comienza con Oliveira vagando por el Quai de Célestins, pisando unas hojas secas, levantando una en particular, una cualquiera entre tantas, para mirarla bien y maravillarse al verla llena de polvo de oro viejo, y luego llevando esa y otras hojas a su pieza, para sujetarlas en la pantalla de una lámpara. Porque los personajes de Cortázar saben cómo maravillarse ante el milagro del detalle que se oculta y se muestra en lo cotidiano, como lo hace también Juan en "El examen", deslumbrado por la repentina hermosura de un coliflor.

Pero regreso a Rayuela, mientras Andersen acaricia sensualmente las cuerdas de su instrumento con el arco, y leo: 

"...hay enormes zonas a las que no he llegado nunca, y lo que no se ha conocido es lo que se es. Ansiedad por echar a correr, entrar en una casa, en esa tienda, saltar a un tren, devorar todo Jouhandeau, saber alemán, conocer Aurangabad... Ejemplos localizados y lamentables pero que pueden dar una idea. (¿una idea?)

"Otra manera de querer decirlo: Lo defectivo se siente más como una pobreza intuitiva que como una mera falta de experiencia. Realmente no me aflige gran cosa no haber leído Jouhandeau, a lo sumo la melancolía de una vida demasiado corta para tantas bibliotecas, etc. La falta de experiencia es inevitable, si leo a Joyce estoy sacrificando automáticamente otro libro y viceversa, etc. La sensación de falta es más aguda en"

Me dan ganas de llorar. Es un sentimiento repentino, un gesto que con el tiempo se me ha ido haciendo más y más habitual. No sé si es por el lamento que canta ahora mismo en solitario el contrabajo, por la necesidad de volver a leer todo "Rayuela", porque de pronto me doy cuenta de que hay allí palabras que ya se me han olvidado, o por saber que no voy a poder escuchar los treinta y cinco discos de Andersen esta noche, sin quedarme antes dormido, y sobre todo porque no los voy a poder escuchar con vos, que estarás durmiendo ahora mismo en tu casa, mientras te pienso, mientras la noche corre carreras con el reloj, mientras unas nuevas notas sobresalen sobre otras, los platillos leves de Nilssen, y otra vez las teclas del piano. Hay más música grabada y más libros escritos de lo que podremos llegar a escuchar y leer, así nos dediquemos por completo a esa tarea durante todo lo que nos reste de vida. La idea me abisma.

¿Para qué seguir grabando más discos, entonces? ¿Para qué seguir escribiendo más palabras?, me pregunto también, precisamente al mismo tiempo en que escribo estos párrafos que quién sabe quién leerá alguna vez, escuchando quizás quién sabe qué músicas, que acaso yo no llegue a conocer jamás, mientras sus ojos -tus ojos- recorren estas mismas letras que mis dedos van dejando como una estela sobre el teclado ahora mismo, mientras que

la vida pasa, transcurre, se desliza, nos deslizamos.

Me doy cuenta de que jamás he leído nada de Marcel Jouhandeau. Busco en internet: escritor francés. Nacimiento: 26 de julio de 1888, Guéret, Francia. Fallecimiento: 7 de abril de 1979. ¿Lo habrá leído Arild Andersen? ¿Apreciaría Marcel la música de jazz? ¿Habrá conocido alguno de ellos Aurangabad, ciudad de la India en el estado de Maharashtra, a orillas del río Kaum, afluente del Godavari? Salgo al balcón. Miro el cielo oscuro. Me complace pensar que todos los nombrados hasta aquí, los habitantes de Aurangabad, los músicos de jazz de Noruega, el propio Cortázar y vos, que estás leyendo esto, habremos coincidido al menos en haber mirado alguna vez esta misma luna, aunque sea en tiempos diferentes. Coincidencias. Concordancias.

Termina la melodía. Hay gente que aplaude. Gente que disfrutó en algún momento del pasado de una noche de jazz en el Theater Gütersloh de Alemania, en la zona de Renania. Gente que habrá escuchado entonces lo mismo que estoy escuchando yo ahora mismo, y que habrá visto alguna vez la misma luna que estoy viendo yo ahora, yo acodado en mi balcón, ellos -quién sabe- abrazando quizás a una persona querida, o soñando con hacerlo, o llorando de melancolía. Y escucho sus aplausos, a pesar de que jamás sabré seguramente nada más acerca de ellos, si disfrutaron o no de ese solo, de aquella línea melódico, o si habrán leído algo de Jouhandeau, o algo de Cortázar.

Conexiones. Desconexiones. Me gustaría sinceramente saber quién sos, vos que estás leyendo ahora mismo estas líneas, para qué lo estás haciendo, qué estarás pensando o sintiendo. Pero claro, vaya uno a saber cuándo sea tu "ahora mismo", que definitivamente es diferente del mío propio. Yo ahora mismo me pregunto estas cosas, mientras escribo. Vos ahora mismo leés y pensás o sentís vaya a saber qué cosas. Y vaya a saber en tu ahora mismo qué estaré haciendo yo, mientras tanto. Esto para el caso de que no haya pasado ya demasiado tiempo entre tu ahora mismo y el mío, se entiende.

Mañana buscaré quizás algún texto de Jouhandeau, para conocerlo. Pero sobre todas las cosas intentaré maravillarme, en cada uno de esos segundos fugaces durante los cuales estamos vivos.

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