sábado, noviembre 14, 2020

Szpunberg

Me da cierta vergüenza reconocerlo, aunque por otra parte sé que resulta inevitable: es sencillamente imposible conocer todo aquello que merece ser conocido. Digo más: que acaso debiera ser conocido. Pero incluso este "debiera" es en definitiva falaz. ¿"Debiera" según la autoridad de quién? ¿Cómo se instala el parámetro? Por supuesto, no es lo dicho hasta aquí lo que me avergüenza, sino lo que sigue.

De casualidad leo un nombre, mezclado entre las noticias del día, en un título que anuncia una muerte. Una muerte más, entre tantas. Una muerte que podría seguir siendo no más que otra muerte anónima, entre otras tantas, si no fuese porque allí hay un nombre, un apellido, y además una palabra. El nombre nada me dice; pero me detengo en la palabra que lo acompaña: poeta

El título, concretamente, dice que "Murió en Barcelona el poeta argentino Alberto Szpunberg". Luego la bajada amplía: que falleció hoy, viernes 13 de noviembre de 2020, en un hospital de Barcelona, donde estaba internado con un delicado cuadro de salud a raíz de una complicación por Covid". 

Luego el artículo -un obituario de compromiso- puntualiza algunas cuestiones en relación a su carrera como periodista, hace referencia a su militancia política, que le valió el exilio, y menciona por supuesto su edad, dato infaltable en este tipo de noticias: 80 años. 

Me digo entonces que alguien, un ilustre para mí desconocido, ha dedicado su vida -entre otras cosas, obviamente- a escribir poesía, y sin embargo yo, siendo compatriota y contemporáneo suyo, no he escuchado siquiera mencionar jamás su nombre. Yo que debería haberlo escuchado, me acuso. Yo que debería haberlo conocido. Pero el sentimiento de culpa es en vano. Resulta sencillamente imposible conocer todo aquello que merece ser conocido. La vida es demasiado breve para tan grande propósito. 

De haber conocido yo a Szpunberg, previo a este día, en definitiva tan fatal como cualquier otro, de haberle dedicado tiempo a la lectura de su obra, o a su biografía, seguramente hubiese debido prescindir -como seguro lo estoy haciendo ahora mismo- de alguna otra cosa igualmente importante; igualmente necesaria. 

Me pregunto de qué me estaré perdiendo ahora mismo, cuando busco en internet algún poema suyo, algunas palabras, y la pregunta se extingue apenas encuentro las primeras, que dicen:

Ni siquiera la palabra mirlo puede ser el silbido del mirlo,

ni siquiera la belleza, entre escombros, de decirlo: mirlo,

no sólo esa cadencia en el balanceo de las ramas,

sino el silencio al oído que anida en el mirlo

para que el silbido sea solamente mirlo:

es el temblor de las sílabas únicas en los labios,

la claridad del aire como si sus alas me rozaran.

Y entonces paso rápidamente las páginas, aunque esto sea apenas una manera de decir, porque en verdad estoy navegando las aguas de internet, y arribo a estas otras:

Un camino de hormigas se abre paso entre las hojas,

el mismo que marca el índice, el que enhebra palabras.

Mientras, las hormigas brotan desde un matojo de mugre,

sin pretéritos, sin héroes, sin bronces, sin glorias:

es sólo el camino que las conduce hacia donde las lleva.

¿Qué más que un destino humilde de porteador de carga

para llevar al hombro un bulto de infinitas páginas?

Confío mi esperanza toda a esa hormiga que lleva

la brizna más ocre: tan real, su otoño; tan tenue, su verde.

Y entonces busco todavía algo más, porque se me ha abierto un extraño apetito, y me encuentro con una carta que este hombre le escribió alguna vez a Mozart. Extemporáneamente, por supuesto. Tan extemporáneamente como escribo yo ahora mismo estas líneas; en el descubrimiento tardío (aunque por fortuna no tanto, pues yo todavía vivo) de alguien que acaba de partir; desencuentro trágico e inevitable, como lo son todos los desencuentros.

A veces, sobre todo de noche, suelo pensar que, si no fuera usted el que está muerto, tendría que estarlo yo, sin más remedio, pues siempre el tiempo, esta chorrera de memorias, o ese océano de por medio, impiden que podamos compartir la misma mesa, la misma madrugada, la misma caminata junto a un río, este río, cualquier río, ya sea el Rhin, que no conozco, o el de la Plata, el más ancho del mundo, donde a veces tiro mis líneas para sacar bagres oscuros y pobres como todo lo nuestro. 



No hay comentarios.: