lunes, octubre 11, 2021

No-sé-si-fue-un-sueño 211010

Anoche tuve una experiencia extraña. Ni siquiera estoy seguro de cómo debería referirme a ella. Era ya tarde, entre las dos o tres de la madrugada. Me acomodé sobre la cama boca arriba, con las luces apagadas, el pie derecho descansando sobre el izquierdo, los brazos extendidos a los costados del cuerpo. De fondo sonaba algo de un músico australiano llamado Micah Templeton-Wolfe. Una de esas obras ambientales que es posible oír sin que nos reclame una escucha atenta. Supongo que comencé a quedarme dormido. Me asaltó entonces un pensamiento oscuro, relacionado con la certidumbre del tiempo que transcurre y nos acerca de manera inevitable a la muerte. Me pregunté cómo será eso de morir, y qué sucederá al momento siguiente. Si morir es trascender de alguna manera o sencillamente dejar de existir. No era la primera vez que estas ideas se me presentaban, inquietantes, justo a la hora de intentar conciliar el sueño. Como si una malsana lucidez, aprovechando la quietud de la noche, atravesara las fronteras de mi conciencia.

Entonces lo sentí. En realidad no sé qué sucedió exactamente, ni sabría cómo describirlo para que se comprenda. Pero de pronto supe que mi respiración se había detenido. Fue tan sencillo como estar inspirando y expirando, particularmente atento por alguna razón al cuerpo; inspirando y expirando, al tiempo que sentía mi propio peso sobre el colchón; inspirando y expirando... Aguardé la siguiente inspiración, y entonces me dí cuenta de que no sucedía. No hubo dolor ni malestar ninguno. Todos los músculos de repente se relajaron por completo, y la sensación que tuve fue como si de pronto mi cuerpo hubiese comenzado a hundirse en la cama. O acaso como si yo hubiese empezado a salirme de él.

Me asusté. Reconozco que tuve cierta curiosidad por lo que pasaba, por esa rara sensación de bienestar que me llevaba a abandonarme a lo que sucediera, pero la inquietud ganó la partida. En lugar de soltarme a lo que viniese, acaso las redes del sueño, quizás algo más definitivo, me obligué a moverme. Sentí cierta satisfacción cuando comprobé que aún podía hacerlo. Los brazos lentamente se levantaron, hasta llevar mis dos manos hasta el pecho. El mismo movimiento reactivó la respiración. Me obligué a seguir tomando aire, negándole la tarea a ese piloto automático que por lo general gobierna estos mecanismos sin nuestra intervención. Reconozco que temí que sin mediar una orden directa de mi parte, el cuerpo no respondiera. Con las manos busqué el latido de mi corazón. Me pareció sentirlo débil. Me quedé un buen rato en la misma posición, vigilando la continuidad de la vida. En algún momento por fin me quedé dormido, en medio de mil interrogantes. Y por fortuna a la mañana siguiente volví a despertar.

Cuando tenemos un mal sueño, en cuanto despertamos eso que nos angustiaba parece perder densidad casi de inmediato, para disolverse en la luz del día. Eso mismo sucedió conmigo hoy. Ahora se acerca la hora de irme a dormir otra vez, y repentinamente recuerdo que hubo una época, cuando yo era chico, en que tenía miedo de irme a la cama por las noches. Solía tener pesadillas horribles, y me acosaba el temor de no saber qué malos sueños podrían llegar hasta mí. Hay ahora mismo en el aire algo parecido a aquello. El miedo de dormirme y no despertar en la mañana. El saber que dejaría muchas cosas pendientes por decir y por hacer. La certidumbre de que inevitablemente, en algún momento más o menos lejano de este mismo día, eso habrá de suceder.

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