lunes, diciembre 20, 2021

Sueño 211219 - Los dumbodrones del fin de la humanidad

El sueño comienza de noche, en una terraza. Estoy con unas personas a quienes no conozco. Observamos en el cielo unas luces que se acercan. Son tres curiosos drones: tienen la forma del elefante Dumbo y emiten luces de colores mientras evolucionan, acercándose y alejándose, en una curiosa danza aérea. Comprendo que nos están observando. Una persona comienza a grabarlos en video con su celular. Alguien más le dice que no haga eso. No explica el motivo de su negativa, pero parece tener miedo. Sospecho que los dumbodrones vienen de otro planeta. Finalmente desaparecen.

De alguna manera los extraterrestres nos han hecho llegar unas hojas de papel. Hay en ellas impresas algunas preguntas superficiales, algo así como una encuesta genérica. Desconfío. Me pregunto para qué quieren saber cosas de nosotros. Pero al mismo tiempo son preguntas que no parecen tener mayor importancia. Se me ocurre entonces indagar por la naturaleza del papel. Lo acerco a la luz de unas lámparas, para ver si la hoja tiene alguna filigrana, y entonces sucede algo increíble: el papel reacciona a la luz y comienza a mostrar unas imágenes. Veo entonces unos rostros. Parecen personas, pero no hay modo de estar seguros. Luego, esos rostros se desvanecen y aparecen otras formas, bestiales, demoníacas, aterradoras, representando padecimientos de las torturas más atroces del infierno. 

Comprendo entonces lo que esas inteligencias extrañas buscan entre nosotros: el miedo y el dolor; el sufrimiento. Es probable que se alimenten de alguna manera de eso. Salgo a la calle, sin saber muy bien para qué. Supongo que quiero verificar que todas las cosas sigan su curso de siempre. Por un instante todo parece normal, hasta que un hombre gordo, enorme, lanza un alarido horrendo y enseguida comienza a apuñalar a las personas que se encuentran a su alrededor. La gente corre, desesperada por escapar, pero no hay dónde. Aquí y allá el fenómeno se repite: individuos enloquecidos se convierten de repente en asesinos brutales. Todos los demás corren desesperados por salvar sus vidas, y yo pienso que el asunto tiene una falla lógica: si estos seres de verdad desean nuestro sufrimiento, es necesario que nos conserven vivos. Los muertos no son capaces de sufrir ni sienten dolor. 

De poco sirve mi reparo. Siento que estoy siendo testigo del fin de la humanidad. Aunque horas más tarde, ya despierto, comprenderé que tal vez esa haya sido en realidad la esencia de nuestro principio. El terror de quienes desean escapar del sufrimiento y de la muerte también es capaz de alimentar a esos demonios, que después de todo tal vez no sean sólo el producto de una mente afiebrada. Los dioses por definición son brutales, y están allí desde que la humanidad tiene memoria. Tántalo, Saturno y Cronos se solazan mientras devoran a sus propios hijos, pero no son los únicos. ¿No envió acaso Jehová a su único hijo a morir en el mundo luego de un atroz sufrimiento? ¿No comprenden acaso, desde sus respectivas inmortalidades, el padecimiento de estos miserables seres por ellos creados, sufriendo inútilmente con su vano deseo de trascendencia y la triste conciencia de su finitud? En ese dolor es donde la humanidad, propiamente dicha, encuentra su origen. Permanecer en calma acaso sea el único modo de no seguir el macabro juego. Concentrarnos en el instante.



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