jueves, julio 18, 2024

Al filo de la existencia

Son las nueve y media de la noche. Estoy en la estación de Morón, ferrocarril Sarmiento, Morón descendente, como dicen quienes trabajan allí, lo cual significa que ese tren que se acerca, proveniente desde Castelar, luego seguirá su recorrido rumbo a Haedo, Ramos Mejía, Ciudadela, hasta llegar finalmente a Once, ya dentro de las entrañas de la ciudad de Buenos Aires, aunque yo me habré bajado un poco antes. Y no es que esté pensando en estas cosas mientras espero, pero así es como las cosas son. Así como suceden tantas otras, en este preciso momento, sin que las veamos, sin que tomemos conciencia de ellas: una rata que se arrastra buscando comida, en este mismo momento, un gato que acecha, aquí en Morón o en cualquier otra parte, un bebé que llora, suceden tantas cosas ahora mismo, una botella que cae y se rompe, sin que lo sepamos, se rompe para siempre, en algún lugar del mundo, y hay también alguien que ríe, alguien que reza, alguien que espera, alguien que encuentra. No es que yo esté pensando ahora mismo en todas estas cosas, pero suceden, mientras doy unos pasos al azar sobre el andén, Morón descendente, a unos cuantos metros de la intersección de las vías con la calle Salta, esperando el arribo del tren, que por allí viene, comienza a sonar la señal de alerta, alguien se apura a cruzar, mientras bajan las barreras. Calculo, sin siquiera pensarlo, adónde se detendrán las puertas del último vagón de la formación que se aproxima. Hoy me conviene eso, para quedar en mi estación de destino más cerca de la salida. Otras veces, por el contrario, es el primer vagón el que más conviene. Todo depende de adónde viajemos. Aunque en el fondo siempre prima la incertidumbre: hace algunos años un tren se quedó sin frenos y no pudo detenerse al terminar su recorrido; la mayor parte de las víctimas fatales iban en el primer vagón. Pero en otra ocasión otro tren sin frenos chocó contra una formación que estaba detenida, y ahí quienes llevaron la peor parte fueron quienes estaban en el vagón de cola. La vida es una lotería, supongo. Ahí viene el tren, ya vemos sus luces entrando en la última curva, apenas un par de cuadras, un hombre cruza las vías, con dos bolsas en sus manos, tuerce a último momento su rumbo, se acerca a la punta del andén. Ha visto el tren y sabe que no hará a tiempo de alcanzarlo si intenta rodear la estación para ingresar por la boletería. Sube las bolsas a la altura de sus hombros y las deposita sobre el andén, el tren se acerca, hace fuerza con los brazos para impulsar su cuerpo arriba, adonde lo esperan sus bolsas, el tren toca su bocina, no tiene fuerza suficiente, las luces se acercan, todo parece suceder en cámara lenta, pienso en los metros que me separan de la punta del andén, en la velocidad del tren, en todo lo que puede salir mal, escucho que alguien grita, el tren sigue tocando bocina, ahora de un modo desesperado, las bolsas siguen esperando con paciencia que su dueño logre impulsarse con sus brazos y ponerse a salvo, alguien se acerca para ayudar pero en su titubeo se adivina su temor, un tropiezo, un mal movimiento, y será otro el cuerpo que quede destrozado por la masa de metal que se avecina, y ya está, apenas un par de metros, más gritos, el instante que separa la vida de la muerte, una muerte por demás absurda, carne, sangre, huesos destrozados, y nadie sabe cómo, pero por una diferencia nimia de apenas un par de centímetros ese hombre quedó tendido sobre el andén, librado de una muerte que ya parecía segura. Se paró, tomó sus bolsas y caminó, tambaleándose, por el andén, con una calma que demostraba que no se había percatado, siquiera, de lo que acababa de suceder. Alguien (creo que fui yo) le dijo algo como "pero no podés hacer eso, el tren estuvo a punto de matarte", pero el tipo respondió que no, que él sabía muy bien lo que hacía, que apreciaba mucho su vida y que no iba a arriesgarla así como así, mientras el aliento a alcohol podía escucharse en cada sílaba, arrastrada con esfuerzo. Me quedé pensando en  que ese borracho quizás jamás llegaría a comprender lo cerca que estuvo de desaparecer destrozado por aquel tren, qué espectáculo horrible estuvo a punto de ofrecer a quienes estábamos allí, a metros del cruce de la calle Salta y las vías; pero también en cuántas veces no habremos sido nosotros mismos como ese borracho, totalmente inconscientes de lo que vivimos en algún momento de nuestras torpes existencias, o de lo cerca que estuvimos de procurarnos nuestra propia destrucción, cualquiera que hayan sido las circunstancias, las casualidades o los medios.

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