lunes, julio 29, 2024

Sueño 240728

Recién presté atención al lugar en el cual estaba cuando acomodaron a alguien en la cama que se encontraba enfrente. Me fijé en ese alguien. Era un adolescente, apenas más que un niño, aunque también podría haber sido una chica. Me llamó la atención su rostro. Más allá de su androginia había algo en ese rostro que no estaba bien, quizás cierta deformidad, o su nariz amoretonada, o quizás una expresión que se ubicaba entre el miedo y la necesidad. Me miró, con timidez pero también con insistencia. Le sostuve la mirada un instante y moví levemente mi mano, esbozando apenas un saludo, pero fue suficiente para que sonriera con algarabía. ¿Cómo había llegado yo hasta ese lugar? A mi lado estaba mi hija, en la misma cama que yo. Y había también alguien más; una madre, probablemente. ¿La de mi hija, acaso? ¿La mía propia? Hago un esfuerzo por recordar los pormenores previos a esta escena. Había una calle, yo iba hacia alguna parte. Quizás estaba por tomar un colectivo. De repente, aunque no sé qué sucedió primero, escuché que alguien me llamaba y noté que en mis manos tenía un bolso que no era el mío. El que llevaba, blanco con un estampado de grises, era de mi hija. Yo había olvidado dárselo, y ella había omitido tomarlo. Pero ¿adónde ha quedado entonces mi mochila, con mis cosas? Me preocupo. Tengo allí dentro mi lector de libros electrónicos, probablemente también mis llaves, y además... 

"¡Germán!" Alguien me llama, y yo escucho ese llamado claramente, aunque tengo mis auriculares colocados. Es más: escucho esa voz como si saliese desde los auriculares mismos. O tal vez desde dentro de mi cabeza. Me doy vuelta, pero vuelvo a estar en aquella cama, y al mismo tiempo cerca de una ronda formada por un montón de chicos. Entiendo que todos tienen algún problema. No podría decir que sean inquietantes, pero hay algo en ellos que no funciona bien. Hacia mi derecha, por ejemplo, hay una chiquilla que juega con unas figuras de cartón, pero tiene miedo de abrir la puerta del armario que tiene frente suyo. Es lógico. Todos alguna vez tuvimos miedo de lo que pudiese ocultarse detrás de una puerta o dentro de un guardarropas durante la noche. Aunque de vez en cuando también jugáramos a escondernos allí dentro. Un poco más allá, otra niña, más pequeña, se esconde adentro de una caja, adentro de la cual apenas cabe. Una de las caras de esa caja es una red, a través de la cual espía lo que sucede afuera. Más allá, otra criatura permanece tapada debajo de una sábana. Se oculta porque tiene miedo, aunque al mismo tiempo parezca lista para asustar a quien se acerque con su improvisado disfraz de fantasma. Varias personas se ocupan de estos niños. Personas adultas... ¿Como yo? ¿Era yo un adulto? ¿Estaba acaso allí por un problema de mi hija? ¿Era en verdad libre de irme de ese lugar cuando yo quisiera, o acaso era esa otra de mis fantasías? Todos los que estabamos allí teníamos un problema. El mío, lo supe en ese instante, era no poder manejar de manera adecuada mi sensibilidad, mi manera de comprender la realidad, de manejar mis ideas y mis sentimientos. No poder distinguir, siquiera, cuándo estoy dormido y cuándo estoy despierto.

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