Lo sepamos o no
cada despedida es un ensayo
que anticipa la muerte,
la despedida final,
definitiva.
Ensayamos como lo hacen
los actores suplentes
que preparan la obra sin saber
si al final tendrán o no ocasión
de mostrarla en escena.
Decimos hasta mañana,
nos vemos pronto,
la seguimos luego,
confiados —acaso demasiado—
en que la vida prosigue.
Sin embargo
son incontables los mortales
que concluyeron de pronto,
de manera imprevista,
en medio de un síncope,
un incendio, un terremoto,
tal vez una bala perdida,
un conductor imprudente,
o partidas por un rayo.
Esas cosas suceden.
Por eso es sabio
intentar ser amables,
tratar cada momento
como si pudiese ser el último,
el de la despedida final,
esa que no hemos ensayado
pero de todos modos
nos pertenece.
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