sábado, marzo 07, 2009

Un cuento sufí

El Maestro conocía las secretas palabras que pronunciadas de cierta manera lograban el prodigio de regresar los muertos a la vida. Durante años sus discípulos lo siguieron en silencio, aguardando inútilmente el momento de la revelación. Hasta que un día, cansados ya de la espera, un pequeño grupo se separó del resto y lo increpó aparte duramente, exigiéndole que compartiese con ellos su conocimiento. El Maestro se negó de un modo rotundo; ellos todavía no estaban preparados -les explicó- para conocer aquel, uno de los mayores secretos jamás revelados a los hombres. Pero los malos discípulos entonces lo amenazaron:

- Durante años te hemos obedecido y respetado, te hemos escuchado calladamente y hemos esperado con paciencia. Por todo eso es que hoy somos merecedores de aprender en modo de regresar lo muerto a la vida. Piénsalo de este modo: si en este mismo momento murieras violentamente, a causa de tu tozudez, no habría ni uno solo de tus discípulos que fuese capaz de devolverte la vida. Pero si te empecinas en callar tu secreto, de nada vale que te dejemos vivir.

El Maestro comprendió perfectamente la amenaza. Y aunque todavía intentó prevenirlos del riesgo que suponía conocer ciertas verdades, no logró convencerlos. Finalmente, aceptó compartir su secreto con ellos, con la condición de que luego se apartaran de su vida.

- Si yo muriese ahora mismo a manos de alguno de ustedes, por cierto que no quisiera que la vida me fuese devuelta; ni tampoco lo querré cuando llegue mi hora si muero al fin de vejez. De manera que recibid de mí el secreto de cómo la muerte puede ser convertida en vida de nuevo y alejaos, siendo con el manejo de esta verdad más prudentes de lo que habéis sido hasta ahora.

El Maestro enseñó entonces a aquellos discípulos las palabras secretas, y el preciso modo en que ellas debían ser dichas, tras lo cual se separaron, ellos por un camino, el Maestro por otro, tal como había sido convenido.


A pocas horas de haber andado, los discípulos se toparon con un montón de huesos tirados a un costado del camino, y decidieron poner a prueba las palabras aquellas que habían aprendido. Realizaron el ritual, tal como el Maestro se los había enseñado, y con enorme sorpresa fueron testigos de cómo aquellos restos resecos por el sol y el tiempo comenzaron a moverse, a acomodarse, a cobrar forma, cubriéndose de carnes y pellejos, ante los ojos asombrados de los propios hacedores del milagro. Poco duró sin embargo el asombro: aquellos huesos muertos, devueltos ahora a la vida, se convirtieron en una feroz bestia que acabó prontamente con los discípulos, dejando de ellos apenas unos tristes despojos, que quedaron librados a la hambruna de las aves carroñeras y los gusanos.

La moraleja de esta historia es tan evidente que ni siquiera creo que valga la pena ser comentada... No siempre el conocimiento va de la mano de la necesaria sabiduría para manejarlo.

(Para Cecilia, del otro lado de la Cordillera...)

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