sábado, mayo 22, 2010

Historia del cerco de Lisboa II




"...y dijo cautelosamente, Es bonita la vista. Las primeras luces aparecían en las ventanas tocadas aún por un resto de claridad diurna, los faroles de la calle acababan de encenderse, alguien cerca de allí, en el Largo dos Lóios, habló en voz alta, alguien respondió, pero las palabras fueron incomprensibles. Raimundo Silva preguntó, Los ha oído, Sí, los oí, No conseguí escuchar lo que decían, Yo tampoco, Nunca sabremos hasta qué punto nuestras vidas cambiarían si algunas frases, oídas pero no escuchadas, hubieran sido entendidas."

Falta poco para que Raimundo Silva y María Sara permitan ambos que sus cuerpos se encuentren, en el marco de la Historia del cerco de Lisboa que escribió José Saramago, en definitiva una historia de amor, vale decir de encuentos y desencuentros. Silva es un corrector, que se ha puesto a escribir su primer libro, en el cual fabula, historia dentro de la otra historia, con otro amor, otra fantasía de encuentros y desencuentros, la del soldado Mogueime y su amor imposible, llamado Ouroana, curioso nombre de mujer por cierto, pero bello, debido a su misterio.

Sabemos que Raimundo Silva proyecta en la historia de amor que escribe aquellos deseos que tiene respecto de la historia de amor que vive, o que pretende vivir. Una es reflejo de la otra, al punto de no saberse si es la primera la que lleva adelante y condiciona la segunda o viceversa, imagen y reflejo, reflejo e imagen cada una respecto de su par. ¿Será todo esto nada más que un recurso literario? ¿O acaso habrá detrás de estas dos historias de amor paralelas otras historias, tal vez cierta autobiografía implícita, otros deseos, otras pasiones, otras proyecciones? Todo relato es, al fin y al cabo, en cierta medida autobiográfico. Pero incluso cuando no sepamos con exactitud hasta qué punto estos escritos son reflejo de algo vivido o deseado por el autor, lo cierto es que en medio del entretejido de todas estas historias de amor, las que se cuentan y las que no, también se entrecruzan los amores imposibles del lector, que por eso mismo se sentirá aliviado cuando por fin Raimundo Silva se lleve a la cama a María Sara, si es que no fue ella quien tomó la decisión de tal encuentro.

Así las cosas: el lector proyecta sus propios deseos en los personajes, en cierto sentido vive a través de ellos, ecuación fabulosa que sin embargo nos permite sentir o al menos vislumbrar a través de la ficción cosas que de otro modo no nos atreveríamos a conocer. Son Raimundo Silva y María Sara los amantes, pero son el autor y los lectores, cada uno por su parte, quienes se sienten satisfechos en sus pasiones. Pura ficción, claro está, pero aquí viene la paradoja: de hecho esos amores ficticios seguirán en cierto punto siendo ciertos incluso después de que Saramago ya no esté sobre la faz de esta tierra, ni tampoco los lectores de estas modestas líneas, con lo cual quién podrá atreverse a quitarle realidad a lo que esos amantes, los de papel y tinta, sean capaces de vivir.

Pero además cabe reflexionar y preguntarnos si acaso los amores reales, los de carne y hueso, y gemidos, y sudores, y otras humedades, serán más ciertos que los de la tinta sobre el papel y la imaginación de autores y lectores. Y lo son sin duda en sus consecuencias, que de no ser así no estaríamos aquí, dilucidando estas cuestiones, pero la omnipotencia de ese momento, de ese sentir que nada importa más allá del climax, es en otro punto también pura fantasía. En el momento del climax parece no importar más nada, ni siquiera la amenaza de la muerte. Y sin embargo es todo parte de una misma vana ilusión: postergar la evidencia de nuestra propia fragilidad, de nuestra inquieta soledad, Raimundo Silva y María Sara ellos sí son imnortales. Pero nosotros somos apenas de carne y hueso y humores diversos, felices ellos, pobres nosotros, que por eso nos reconfortamos con su encuentro. Y sin embargo, al mismo tiempo, pobres ellos y felices nosotros, que al menos tenemos la esperanza de hacer de verdad carne y hueso y semen nuestra pasión alguna vez, y no sólo papel y tinta, incluso siendo también todo esto mera ilusión.

Y mientras tanto nos reconfortamos en ensueños. Que es lo que hacemos siempre, incluso sin saberlo. Así de frágiles somos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

mucho tiempo sin pasar por acá... pero no por allá... te extraño amiguito... bien x tu Saramago (y no me digas que soy una romántica incurable e irredimible)-La Gabys

Germán A. Serain dijo...

Sos una romántica incurable e irredimible, Gaby.

Gracias por pasar: tus visitas son siempre bienvenidas.