Leo en el parcial de una de mis estudiantes algo que no puede ser sino un acto de catarsis: "Creo que hoy fue mi último día de trabajo; sin dudas me echan. Grité más fuerte que el presidente, largué un llanto incontenible y cerré mi discurso con un portazo. Las reglas de urbanidad aconsejan cuidar las formas para que nuestro legajo no sea dado de baja. ¿Usted quiere permanecer en su lugar de trabajo? Pues intelectualice su condición natural y controle al máximo su espontaneidad sensitiva. Si al final de la jornada le duele la nuca es porque hizo bien la tarea."
Me quedo pensando en muchas cosas. Por ejemplo, en cómo sería posible evaluar algo así, aunque en el fondo ese es el menor de mis problemas. Otros no saben cómo evaluarlo, pero yo sí logro ver el enlace con los contenidos de la materia. Hay aquí muchísimo más enlace que en muchos textos de pura teoría.
Pero sigamos leyendo otro poco: "En un intento desesperado por ubicarme en el lugar del empleado anestesiado, el Secretario General sentenció: "¡no servís para nada!", pero lejos de afligirme esa frase me llenó de júbilo, porque el "nada" encierra en realidad un número pequeño de actividades que tienen que ver con servir café, acomodar papeles, mandar mails, prender la estufa de las oficinas... Lo que no sabe el Dr. F. es que son otras las cosas que me importan. No sabe que yo sirvo para hacer teatro, para pintar, escribir poemas o bailar. Entonces me río de su mierdosa situación contemporánea, porque ¿qué se puede esperar de un hombre que ni siquiera escucha música?"
Esta es una de las delicias que tiene la docencia. El aprender siempre cosas; incluso cosas que uno en el fondo ya sabía, pero que se aprenden de nuevo cada vez que alguien más te las repite, como en un juego de magníficos espejos.
domingo, noviembre 07, 2010
¿Qué se puede esperar de un hombre que ni siquiera escucha música?
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