Ella recuerda de pronto un diálogo amoroso, probablemente no tan lejano en el tiempo, pero de seguro considerado ahora desde un lugar diferente del que habrá tenido en el momento de ser su coprotagonista. Motivada por los azarosos caminos a los cuales suelen conducir las conversaciones extensas, aparentemente ella decidió aquella vez embarcarse en la ardua y vana tarea de intentar explicarle a él lo obvio; vale decir, que ella en realidad no estaba ni siquiera cerca de ser todo eso que él decía ver en su persona.
- Vos podés pensar de vos misma lo que quieras, pero para mí sos lo que yo veo en vos y punto, habría sido la respuesta del muchacho.
Vale decir, una declaración de amor sincera y lúcida como pocas, aunque por ello mismo cabrá dudar en cuanto al efecto que finalmente haya tenido.
"Su representación de mí -señala hoy esta muchacha- era solamente suya y él no tenía ninguna intención de superponerla con la mía." Entonces se pregunta: "Pero, ¿vuelve acaso al sentimiento menos real el hecho de que esté basado en una mera representación?"
Me temo que la respuesta a esta pregunta sea un rotundo NO.
Claro, es necesario tener en cuenta que con el paso del tiempo, que lleva a la transformación del enamoramiento en amor, y luego al amor hacia un cariño mutuo, siempre que los integrantes de la pareja no se aniquilen antes en el intento, las cosas suelen cambiar. O dicho de otro modo: las representaciones se vuelven otras.
Sentencia de todos modos Lucía: Aceptar la imposibilidad de conocer al otro es entregarse a amarlo aceptando el riesgo.
Bonita conclusión, no cabe duda. Yo quise preguntarle qué había pasado finalmente con aquella pareja suya. Pero no me animé a hacerlo y presumo que me quedaré para siempre con la duda.
jueves, noviembre 04, 2010
Más sobre el amor 2: Lucidez
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