Me llama la atención un comentario, respecto del lenguaje, realizado por un autor griego llamado Vassilis Alexakis, quien descubre:
"Cuando sufrimos, decimos 'ah', no decimos 'i'. Todos los alfabetos comienzan por la letra 'a', como si hubieran nacido del dolor."
¿Habríamos entonces de vincular la palabra con el dolor?...
¿Y el silencio, en tal caso, habría de relacionarse con la alegría?...
Definitivamente esto último sería partir de una premisa equivocada: lo contrario del dolor no es la alegría, sino el equilibrio. Pero una vez comprendido esto, es verdad que quien se encuentra en equilibrio no necesita de las palabras; o por lo menos no las necesita tan urgentemente como quien se encuentra eufórico, o sumido en la tristeza, o sencillamente desesperado.
Hay palabras, tal vez muchas. Y hay poetas, acaso pocos. También hay quienes han reclamado en el poeta un espíritu incapaz de permanecer callado. Y otros, como el chileno Roberto Bolaño, que lo imaginaron como un ser silencioso, al hacerlo decir: “Hoy no pasó nada. Y si pasó algo es mejor callarlo, pues no lo entendí.”
Lo cierto es que el poeta siempre dirá algo. Porque existen diferentes modos del decir, incluso en el seno mismo del silencio. Así también hay una poesía para uno mismo, una poesía ensimismada, por decirlo de algún modo. Y otra que no quiere quedarse en silencio, y busca todo el tiempo el asalto a los demás. La palabra y el silencio. Ambas posibilidades son, cada una a su manera, bellas. Como bello es eso que al mismo tiempo se expresa y se calla. Belleza indefinible. Acaso por eso mismo más profunda.
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