sábado, abril 06, 2013

De las incomprensiones

"¡Mujer, si supieras!...", exclama él, con tono resignado. La adivino a ella, del otro lado del celular, seguramente ofuscada, respondiendo algo así como "¡Bueno, si tanto te interesa que sepa, deberías tomarte el trabajo de explicarme!" Tremenda incomprensión, por supuesto. Como si las cosas pudieran ser explicadas de esa manera, con palabras...

"Ni con palabras, ni sin ellas", acota alguien. Para enseguida añadir: "La comprensión supera las palabras e inclusive lo no dicho. Es prácticamente un milagro que sucede con el otro. O que no sucede, claro. Y puede que casi siempre termine ocurriendo esto último."

Me pregunto entonces si en aquellos excepcionales casos en los cuales finalmente adviene la tan elusiva comprensión, no estaremos en realidad ante una comprensión solo aparente; vale decir, ante otra forma del malentendido, siendo que en verdad quienes creen haberse comprendido han caído en un engaño: el de creer que se entienden, cuando en realidad cada uno está diciendo cosas diferentes de las que el otro cree escuchar.

Daniel Lutzky propone una interesante idea: que la comprensión acaso sea ante todo un sentimiento. Que uno "siente" que se comprende con otro, y ese sentimiento tiene la ventaja de ser algo real. Si yo siento que comprendo, o que soy comprendido, por más que esa comprensión acaso no tenga un correlato objetivo, seguirá siendo cierto mi sentir. Considerado de este modo, la comprensión puede no ser real y a la vez serlo, desde la perspectiva del sentimiento, que por lo demás otorga una sensación de completud maravillosa. Albert Camus, en su obra "El malentendido", propone que la vida y hasta la misma muerte no son más que eso, un malentendido. Pero cuando en algún irrepetible instante uno siente que ha podido vencer esa eventual condena de jamás entenderse con un otro, la sensación que se tiene es parecida a la felicidad.

Lo curioso del caso es que, considerado desde este ángulo, en tanto ambos participantes de la comunicación sientan que se comprenden, incluso cuando objetivamente esto no sea cierto, no parece tener sentido plantear la acaecencia de un error. Por el contrario, allí donde uno siente que comprende o es comprendido, y el otro siente lo contrario, la evidencia del desacuerdo descarta de raíz cualquier posibilidad ilusoria, lo mismo que si dos sienten que se desentienden: no hay modo de decir que en verdad se estén comprendiendo.

Pero en realidad el malentendido es aun más grave, porque ni siquiera tenemos manera de saber si el otro siente las cosas de un modo parecido al nuestro o si siente lo contrario; salvo que lo propongamos como un "siento que el otro siente de un modo parecido o contrario". Y para agregar mas confusión a todo esto, todavía faltaría preguntarnos quién es en definitiva ese que siente, o quién es ese otro. En este punto se agotan los conceptos y únicamente queda un sonido de fondo parecido al rumor del mar en la noche.

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