miércoles, abril 03, 2013

Tafr... tafr... tafr...


Aunque no parezca, las palabras tienen peso. Como si fuesen cosas concretas, tangibles, y no solamente ideas. Pero no todas pesan lo mismo: algunas son etéreas, como si estuviesen hechas de aire; otras, en cambio, parecen talladas en piedra, o fabricadas con plomo. Yo antes pensaba que esta diferencia tenía que ver con una cuestión más o menos formal. Me parecía razonable, por ejemplo, que una palabra grave no pesara tanto como una sobresdrújula. La vida me enseñó que la cuestión tiene que ver en realidad con otras cosas. Y que ni siquiera el peso de cada palabra es el mismo todo el tiempo. Esta tarde, por ejemplo, sentí que me pesaba la palabra "extranjero". ¿Por qué razón me pesaba? No lo sé. O tal vez no me dan demasiadas ganas de escribir acerca de eso. Bastante me pesa ya la palabra, como para andar añadiéndole además el peso de las razones. Pero otras veces, decime vos si no es curioso, se me da en cambio por inventar palabras nuevas, probablemente más livianas, ideales para llevar encima, en la cartera de la dama o el bolsillo del caballero. Hoy, por ejemplo, inventé la palabra "tafr". No te rías. Acaso te preguntarás qué quiere decir, pero eso no viene al caso, porque lo importante aquí es que la inventé porque se trata de una palabra liviana, y tal vez porque sólo yo conozco su significado. Me divierte escribirla, tafr, tafr, tafr, tafr... Claro, repetida así cualquier palabra pierde su peso. Pero entonces claro, tal vez me engaño, tal vez sí sea una palabra pesada, después de todo, y soy yo quien en el uso le pretendo quitar su peso. Porque además, precisamente, pobrecita ella, a la palabra "tafr" me refiero, tiene que lidiar con la incomprensión de la gente, que la lee o la escucha y dice cosas tales como "eso no es una palabra", o "eso no quiere decir nada", como si acaso ellos supieran, infelices. "¿A qué clase de idiota se le podría ocurrir inventar una palabra tan absurda como "tafr"?", se preguntó hace un rato uno, pero en voz lo suficientemente alta como para que nosotros lo escuchemos. La respuesta es sencilla. A alguien a quien de repente le duela o le resulte demasiado pesada la palabra "extranjero".

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