Anoche ella ha soñado con él.
Lo sabemos porque esta mañana
ella ha escrito un poema, confesándolo.
Anoche ella ha soñado con él, y tal vez
haya soñado que él era su amante,
que hacía el amor con ese hombre
de una manera desenfrenada
o tal vez, por el contrario,
con una ternura infinita.
Y qué culpa podría uno achacarle a ese hombre
si se trató solamente de un sueño;
nadie le preguntó a él si consentía
estar o no allí, en el sueño soñado por ella,
a quien en definitiva tampoco puede culparse,
cuando es sabido que nadie
elige las cosas que sueña;
eso es algo que sencillamente ocurre,
y sin embargo
qué tal si ahora venimos a enterarnos
que acaso también él ha soñado
alguna vez con ella,
con sus muslos suaves,
con sus hombros desnudos
con su magnífica espalda y esos senos
que imagina turgentes y tibios
aunque jamás los haya probado
y acaso jamás los conozca;
qué culpa o responsabilidad
podríamos achacarle a él,
ni tampoco a ella,
si los sueños, esto ya ha sido dicho,
no son responsabilidad de nadie.
Pero entonces, si acaso ella soñara otra vez con él,
si él volviese a soñar otra vez con ella,
y ambos coincidieran en el mismo sueño,
en una misma noche, en una misma hora,
podría alguien decir en tal caso que sí cabría
alguna culpa para imputarle a los soñantes,
convertidos de repente y sin que ellos mismos
dejaran de sorprenderse por esta circunstancia,
en inesperados e insólitos amantes;
no seguiría siendo todo nada más un sueño
más allá de la curiosa coincidencia
y la rara sensación de ser real
y lo extrañamente compartido.
Por supuesto, tal vez deberíamos
redefinir el concepto de sueño,
y el de culpa, y el de inocencia;
pero entretanto allí están ellos,
ellos que ni siquiera se conocen,
soñando una celebración de los cuerpos,
de la belleza y de la poesía,
inocentes de toda inocencia,
y sin saber que nada más están soñando.
sábado, diciembre 05, 2015
El sueño de los amantes
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