sábado, diciembre 05, 2015

El sueño de los amantes

Anoche ella ha soñado con él.
Lo sabemos porque esta mañana
ella ha escrito un poema, confesándolo.
Anoche ella ha soñado con él, y tal vez
haya soñado que él era su amante,
que hacía el amor con ese hombre
de una manera desenfrenada
o tal vez, por el contrario,
con una ternura infinita.
Y qué culpa podría uno achacarle a ese hombre
si se trató solamente de un sueño;
nadie le preguntó a él si consentía
estar o no allí, en el sueño soñado por ella,
a quien en definitiva tampoco puede culparse,
cuando es sabido que nadie
elige las cosas que sueña;
eso es algo que sencillamente ocurre,
y sin embargo
qué tal si ahora venimos a enterarnos
que acaso también él ha soñado
alguna vez con ella,
con sus muslos suaves,
con sus hombros desnudos
con su magnífica espalda y esos senos
que imagina turgentes y tibios
aunque jamás los haya probado
y acaso jamás los conozca;
qué culpa o responsabilidad
podríamos achacarle a él,
ni tampoco a ella,
si los sueños, esto ya ha sido dicho,
no son responsabilidad de nadie.
Pero entonces, si acaso ella soñara otra vez con él,
si él volviese a soñar otra vez con ella,
y ambos coincidieran en el mismo sueño,
en una misma noche, en una misma hora,
podría alguien decir en tal caso que sí cabría
alguna culpa para imputarle a los soñantes,
convertidos de repente y sin que ellos mismos
dejaran de sorprenderse por esta circunstancia,
en inesperados e insólitos amantes;
no seguiría siendo todo nada más un sueño
más allá de la curiosa coincidencia
y la rara sensación de ser real
y lo extrañamente compartido.
Por supuesto, tal vez deberíamos
redefinir el concepto de sueño,
y el de culpa, y el de inocencia;
pero entretanto allí están ellos,
ellos que ni siquiera se conocen,
soñando una celebración de los cuerpos,
de la belleza y de la poesía,
inocentes de toda inocencia,
y sin saber que nada más están soñando.

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