jueves, diciembre 29, 2016

De dioses y creencias

No es lo mismo decir "Dios existe" que indicar: "Creo que Dios existe". Se trata de dos ideas radicalmente diferentes, inclusive opuestas en su naturaleza. La primera da por sentado algo que la segunda, con mayor prudencia, limita al ámbito del propio convencimiento. Instalando además, por curioso que esto sea, la posibilidad de error (vale decir: la propia duda) en el exacto mismo lugar en el cual afirma su convicción.

Decir que "Dios existe" es, a su turno, una suerte de falacia. Pues lo único que en realidad puede derivarse sin duda ninguna de esta frase es que alguien ha dicho que Dios existe. La existencia de ese alguien que dice queda, de esta manera, demostrada. Pero de allí a que exista Dios, hay un trecho importante. Vale decir: la frase en cuestión no da cuenta de ninguna realidad acerca de Dios, sino sólo respecto de la persona que dice creer en él. Para saber si en verdad Dios existe, no deberíamos confiar en la palabra de ningún mortal, sino aguardar que se manifestara Dios mismo; quien al parecer ha decidido por ahora llamarse a un Sagrado Silencio.

Ahora bien, para el caso de que Dios exista, o de que existan incluso varios dioses... ¿Cuál vendría a ser la importancia de la fe? Y aun más: ¿cuál vendría a ser el propósito de la alabanza, que en general las religiones promueven? No alcanzo a comprender el motivo misterioso por el cual un ser en teoría omnipotente debería preocuparse por el hecho de que sus miserables criaturas crean o no en él, le rindan o no alabanza. ¿Por qué razón merecería el Paraíso un creyente más que un ateo? Debo concluir que la fe tiene algún efecto, ya sea en la dimensión humana o en la divina. ¿Será acaso todo esto no más que una mera acción política, de ordenamiento ideológico? Cualquier otra explicación, más teológica o poética, me enfrenta a un desafío intelectual interesante. Creer en un dios que necesita, para existir, que los hombres crean en él, por ejemplo.

¿Les importará realmente a los dioses que creamos o no en ellos? Y en caso de que les importe, ¿por qué razón sería? ¿Será que la existencia de Dios, de la cual nosotros dependemos, depende a su vez de nuestra creencia? La idea es extraña, por su aparente circularidad, pero de otro modo no se entiende por qué tanta preocupación divina en torno de la necesidad de que el hombre tenga fe. ¿Dependen acaso los dioses de lo que nosotros pensemos, en lo que hace a su existencia? ¿Tendrán nuestros rezos, nuestros cánticos, nuestras loas, algún efecto en ellos? ¿O lo tendrán solamente en quienes creen, por el hecho mismo de creer? Pienso de pronto en el doble significado de la palabra concebir: uno concibe una idea o concibe un hijo. Tal vez Dios no sea sino un hijo de nuestras propias ideas. Que a su vez nos concibe. He aquí el misterio de la Trinidad, explicado de otro modo.

Llamados a creer, tal vez sea interesante conducir nuestra conciencia por estos rumbos circulares. Pero entonces, si la fe es realmente tan poderosa como para concebir dioses, ¿por qué no pensar también que acaso va siendo hora de que nosotros, los humanos, comencemos a creer tamnbién en nosotros mismos? No será algo sencillo, por cierto. Pero quizás este detalle podría llegar a marcar alguna diferencia.


No hay comentarios.: