jueves, junio 27, 2019

Sueño 190627

El tren había llegado enseguida, pero después se había empecinado en quedarse detenido en la estación. Conmigo estaban Jéssica (edad indefinida), Daniela, y acaso también alguien más a quien no recuerdo. Sí tengo presente, en cambio, que salí del vagón para caminar un poco. O tal vez porque quería estar un rato solo. Solía tener esa necesidad entonces, de alejarme un poco de los demás, incluso tratándose de mi esposa y nuestra hija, y en ocasiones me pasa todavía con el resto de la gente. Lo cierto es que estaba fuera del tren cuando la formación cerró sus puertas y arrancó sin previo aviso. Me insulté por lo bajo, reprochándome mi descuido, pero por suerte el tren siguiente se encontraba ya a la vista, y esta vez no habría ninguna demora antes de que continuara su camino. Me acomodé apoyado contra uno de los laterales del vagón, y seguramente me habré perdido en intrascendencias.

De repente me sorprendí preguntándome en dónde había dejado la bicicleta. ¿Había subido al tren con ella? Estaba casi seguro que sí, pero allí no estaba. Con extraña tranquilidad dí por sentado que ya estaría en manos de alguna otra persona, cuando sonó mi celular. Era Daniela, para preguntarme -su tono de voz me hizo saber de inmediato que estaba muy molesta conmigo- adónde estaba. En situaciones tales solía ser común -acaso lo sigue siendo- que yo tomara la situación de un modo distraído, de manera que con toda naturalidad expliqué que me había tomado el tren siguiente, y que seguramente estaríamos cerca. Para mi sorpresa, Daniela me dijo que ellas ya habían llegado a Once. Cosa curiosa, porque mi tren todavía no había entrado a Liniers. ¿En qué momento se había instalado entre nosotros tanta distancia?

- Cuando llegues fijate, porque está tu papá acá esperándote; necesita la bicicleta -escuché que me decía la voz de Daniela del otro lado del teléfono. Siempre me molestó ese tono, que me hacía saber que yo me encontraba en falta, incluso sin decirlo. Y jamás supe cómo enfrentarlo. Ese fue parte de nuestro desencuentro. Podría haberle dicho que la bicicleta ya no estaba, pero no lo hice. Sin embargo, por una vez no fue para ocultar mi falla, el inexcusable descuido de haber extraviado el rodado, de ni siquiera saber si había subido o no con él al tren o recordar en dónde lo había dejado.

- Decile por favor que me espere -respondí. A decir verdad, la bicicleta ahora era lo de menos. Lo que me importaba era la oportunidad de volver a ver a mi papá.

Desperté antes. Por alguna razón siempre despierto antes. Me resulta muy difícil soñar con mi viejo, después de su muerte. Y por más que intenté volver a dormirme, ya no logré hacerlo.

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