viernes, agosto 20, 2021

Sueño 210818: El hombre que se parecía a Al Pacino

La conversación giraba en torno de un par de actores de Hollywood. No logro precisar ahora quiénes, pero quizás tampoco lo hice durante el sueño. De todos modos la charla se disolvió cuando encaramos la escalinata de acceso al edificio. Adentro, la imponente arquitectura remitía a un palacete de principios de siglo XX, con techos altos y una gran escalera de mármol dispuesta en forma de caracol, que subimos en medio de una sensación de tensión creciente. Me di cuenta de que en uno de los salones, a pesar de lo inadecuado de la hora, iba a tener lugar una reunión. También supe que me estaban conduciendo hacia ella. Saludé cortésmente a un par de personas al entrar al salón. Alguien a quien conocía de vista me dirigió la palabra: "Serain, usted también por aquí". Le respondí con un dejo de fastidio: "Así parece. No tengo idea del motivo, pero aquí estamos". En realidad mentía: tenía una vaga idea de para qué estábamos allí y también de lo que iba a suceder. Y no era nada bueno.

En el salón ya estaba presente nuestro anfitrión, un hombre de unos cincuenta años, con una fuerte presencia, que perfectamente podría haber ocupado el lugar de Al Pacino en la película El abogado del diablo. El mal estaba encarnado en él. 

El-hombre-que-se-parecía-a-Al-Pacino lanzó una mirada fugaz hacia donde yo estaba y me dedicó una sonrisa burlona. Los dos sabíamos por qué nos encontrábamos ahí. Acaso éramos los únicos en ese salón que teníamos conocimiento de la verdad. En ese salón estaba por definirse el destino del mundo. En ese salón ominoso, con su enorme mesa y sus paredes cubiertas de cuadros, en uno de las cuales pronto se iba a concentrar la atención de todos los presentes. 

Fue en ese momento cuando el-hombre-que-se-parecía-a-Al-Pacino tomó la palabra. Se excusó por lo repentino de la convocatoria, agradeció la presencia de todos y explicó la importancia de lo que se iba a revelar en  unos instantes más, aunque no dijo -claramente no lo dijo- que era el destino de la humanidad lo que estaba en juego. Tampoco reveló -eso el mal jamás lo hace- los oscuros intereses por él representados. Hubo, como suele suceder en estas ocasiones, un elaborado disfraz de frases hechas.

Como remate a su breve discurso, el-hombre-que-se-parecía-a-Al-Pacino dijo que anunciaría el nombre de quien sería el responsable de contarnos la gran sorpresa que nos tenía reservada. Y coronando sus palabras con un gesto teatral innecesariamente ominoso, señaló uno de los cuadros que adornaban la sala al grito de "¡Matisse!". Una joven que hasta entonces había permanecido apartada se acercó y descolgó el cuadro, dejando a la vista una gran caja fuerte empotrada detrás. Me llamó la atención el aspecto particularmente provocativo de la mujer, como si todo fuese parte de una cuidada puesta en escena. Mientras el-hombre-que-se-parecía-a-Al-Pacino abría la caja fuerte, me detuve a observar el cielorraso: como si de una Capilla Sixtina profana se tratara, el techo estaba decorado con una pintura no figurativa. Imaginé que también podía ser un Matisse, pero si en el lienzo predominaban los azules, la pintura del techo estaba repleta de tonos rojizos, repartidos en trazos agresivos.

El-hombre-que-se-parecía-a-Al-Pacino sacó de la caja fuerte algo envuelto en papel de diario. Intuí el paso de manos de un maletín repleto de dinero, pero mi atención estaba concentrada en ese paquete que lentamente se fue desenvolviendo hasta convertirse, como por arte de magia, en un periódico que señalaba la compra del piano que había pertenecido a Chopin. "¡Voilà!", fue todo lo que dijo, dedicándonos a todos una enorme sonrisa maligna y una mirada gozosa y al mismo tiempo fatal.

Supe lo que seguiría, como si hubiese estado leyendo el guión de una película de la cual yo mismo era un actor principal: la gente se iba a ir retirando, hasta que en el salón solo quedáramos los dos antagonistas de este relato: el-hombre-que-se-parecía-a-Al-Pacino y yo. Entonces, en un acto de rebeldía, antes de que se acallara el último aplauso, abandoné aquel salón primero que nadie, y me apresuré a salir también del edificio, al medio de la noche. Imaginé la sorpresa del malvado sujeto al buscarme con la mirada, desconcertado ante ese repentino cambio de planes que acababa de tener lugar justo frente a sus narices.

Más tarde, ya despierto, comprendí que el sentido de este sueño probablemente se concentre en mi decisión de haber roto un guión que yo sentía planteado de antemano. Sin embargo, lo cierto es que esa decisión me dejó durante un buen rato envuelto en la pregunta de cómo se relacionaba el hecho de que aquel demonio hubiese adquirido el piano de Chopin con el fin de la humanidad. Y que mi despertar me encontró solo en medio de la calle, sin saber qué hacer o qué hubiese pasado de haberme quedado a confrontar a aquel demonio, tal como había sido escrito. No esperen una moraleja: esto no es una fábula, sino apenas el relato de otro sueño.



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