lunes, agosto 21, 2006

El deseo de la imagen


Una serie de fotografías del autor esloveno Evgen Bavčar se presentó hace unos días en la FotoGalería del Teatro San Martín. Lo inusual del caso, pues bien o mal fotógrafos hay muchos, que nos ofrecen sus respectivas miradas del mundo a través de sus trabajos, es que este fotógrafo en particular es ciego desde antes de tener en sus manos su primera cámara de fotos.

Dice la información remitida por el Teatro que la vida de Evgen Bavčar (nació en 1946 en un pueblo de la actual Eslovenia, cerca de Trieste) estuvo signada por dos accidentes consecutivos que lo llevaron a perder ambos ojos antes de los doce años. Y que cuatro años después se propuso retratar a la joven de la cual estaba enamorado. Era la primera vez que utilizaba una cámara de fotos, y así es como él mismo cuenta su sensación de aquel momento: “El placer que experimenté entonces surgió del hecho de haber tomado y fijado en una película algo que no me pertenecía. Fue para mí el descubrimiento de que me era posible poseer la imagen de algo que no podía mirar.”

La existencia misma de la obra de este autor nos lleva a cuestionarnos algunas de las relaciones que solemos establecer y dar por sentadas, no sólo entre la vista y su privación, que es la ceguera, sino en general entre aquello que percibimos y las cosas que, por el contrario, nos resultan invisibles a pesar de encontrarse allí, precisamente delante de nuestras narices. Pero no hablamos aquí, en definitiva, sólo de nuestras capacidades y nuestras incapacidades de percepción, sino también de sentir, o imaginar, o concebir determinadas cosas.

Es llamativo ver cómo la mayor parte de las obras de Evgen Bavčar (esas mismas obras que él mismo jamás llegará a ver) parecen emerger de la oscuridad. Es como si de verdad fuesen estas fotos la expresión silenciosa de un deseo por la imagen. Una imagen cuya percepción a él mismo se le niega, y de la cual es sin embargo el creador y responsable.

Evgen Bavčar dice que su fotografía “es un acto mental”. Sin duda él es el autor intelectual de estas imágenes inquietantes. Más inquietantes aun cuando conocemos que estamos viendo algo que no puede ser visto por quien lo ha plasmado. ¿Coincidirá el resultado de estas imágenes con lo imaginado por el fotógrafo? ¿Cómo será la imagen desplegada no en el papel, sino en la mente del artista? La información proporcionada por la gente de prensa del Teatro San Martín nos dice que Bavčar trabaja con exposiciones muy largas, que se ayuda con elementos portátiles de iluminación que le permiten destacar algunos elementos; que requiere de cierta asistencia para producir sus trabajos, pero que se ocupa él mismo de detalles como las distancias (que mide con sus manos) o la selección de sus objetivos, que muchas veces realiza en función de lo que escucha...

Lo que nadie nos dice (lo que nadie nos puede decir) es cuál es la exacta relación que se establece entre la oscuridad en la cual viven los ojos del fotógrafo y las formas y las luces que se ofrecen a los ojos del público. Un público que, en todo caso, y esto es muy importante decirlo, vive la mayor parte del tiempo envuelto en su propia oscuridad.

Otras fotografías de Evgen Bavčar:
http://www.galerieart.cz/bavcar01.jpg
http://www.galerieart.cz/bavcar02.jpg
http://www.galerieart.cz/bavcar03.jpg
http://www.galerieart.cz/bavcar04.jpg
http://www.galerieart.cz/bavcar05.jpg

1 comentario:

Germán A. Serain dijo...

La anotación sobre Evgen Bavčar y sus fotografías termina en el preciso lugar en el cual debe terminar. Sin embargo, todavía queda algo por decir. Como si ellas mismas fuesen una fotografía, lo que estas líneas pretenden hacer es fijar una imagen que todavía está fresca en la memoria. Más allá de que, por supuesto, una cosa sea contarlo, o escribirlo, y otra muy diferente haberlo vivido y recordarlo. La situación tuvo lugar hace un par de años en los bosques de Cariló. Una pareja le pide a alguien que le saque una fotografía, y hasta aquí nada hay fuera de lo común. Pero lo que nos descoloca es verificar que los dos integrantes de la pareja, hombre y mujer, son ciegos. La fotografía es seguramente para poder mostrarla más tarde a los familiares o amigos, mirá donde estuvimos (en este lugar que nosotros mismos no pudimos ver; sí oler, escuchar, sentir; pero no ver). Ellos no podrán ver la fotografía, como no pudieron ver el lugar en el cual se la sacaron; nada podrán recordar a partir de esa imagen, para ellos invisible. Pero lo mismo se toman una foto para mostrarla, como un paradójico testimonio, a los que sí pueden ver.

Unos segundos más tarde, la cámara está de nuevo en las manos del hombre ciego, muchas gracias, muy amable, y entonces le pide al fotógrafo ocasional, tal vez algo turbado todavía por la inusual experiencia, que les indique dónde pueden encontrar un auto que los lleve hasta Pinamar. "Por ahí tienen una remisería", dice entonces el interpelado, señalando una dirección con su brazo extendido, su mano, su dedo índice... "¿Por dónde?", pregunta entonces el ciego. "Por ahí", insiste el vidente, sin darse cuenta de lo absurdo de su gesto, de la incomunicación que crece en la distancia que media entre la luz y la oscuridad, entre los que ven y los que no, y la incapacidad es de pronto no del ciego, sino de él, que no comprende cómo podría explicar de otro modo lo que un simple gesto es capaz de agotar como producción de sentido en una circunstancia normal.

Recuerdo entonces todavía otra cosa, que no quiero dejar de anotar aquí. Es un fragmento de un libro de un escritor japonés llamado Tokuhiro Iwaki, cuya esposa era invidente: "Una noche, mientras cenaba, hubo un apagón. Me encontré sentado en la oscuridad total, sin poder ver absolutamente nada. Levanté los palitos y el gran cuenco de arroz donburi, y luego levanté una porción del rabanito daikon del plato. Seguí comiendo y, a propósito, no prendí una vela. Quise experimentar el mundo en el que vivía mi mujer, un mundo que carecía de luz natural tanto como de luz eléctrica. Era horrendo. Me agité en seguida, sentí taquicardia, entré en pánico. Prendí inmediatamente una vela y así, en un instante, comprendí, profundamente, que en el mundo de mi mujer no existía alivio alguno." De nuevo la distancia entre quien es capaz de ver y quien no. En este caso, quien pudo ver fue el autor, en ese instante de insoportable inquietud, en que comprendió lo que para su esposa era evidente y natural, y sin embargo a él se le escapaba. Nobleza obliga, el fragmento citado está incluido en el libro "Gestualidad japonesa", de Michitaro Tada (Adriana Hidalgo editora), que me fue obsequiado por Alejandro, un alumno de la facultad.