Acabo de asistir al ensayo general de La Bohème, la ópera de Puccini, que Juventus Lyrica ofrece en el Teatro Avenida para su Temporada 2006. El motivo: mi hija participa, con sus ocho años, en el coro durante el segundo acto, en el cual actúa persiguiendo a Parpignol. El orgullo paterno se encuentra satisfecho. Satisfechos también los sentidos y el espíritu, con una buena actuación de la orquesta y los cantantes solistas. Con respecto a la obra, me hubiese gustado que Puccini compusiera una obertura; es evidente que se trata de un problema de percepción mío, pero sentí en este punto un vacío. También me confunde un poco esa idea pucciniana de que los distintos personajes canten todos al mismo tiempo, pero cada uno de ellos centrado en sus propios pensamientos, monólogos o diálogos, como si ninguno escuchara al otro. Aunque reconozco que la resolución musical de Puccini es impecable.
Para quien no conozca la historia (lo cual es lícito), y en muy resumidas cuentas, se trata de un grupo de amigos, todos ellos artistas bohemios, que representan el ideal romántico de quien de algún modo es pobre por convicción, alegres y satisfechos consigo mismos por sostener la dignidad de hacer del arte un modo de vida, manteniéndose alejados de la idiosincrasia burguesa. Los dos personajes femeninos, Musetta y Mimì, sostienen sendas historias de amor desde sus personalidades disímiles: la primera es una mujer libertina, aunque de buen corazón, en tanto la segunda es un ángel, condenada desde el inicio por una enfermedad que a la larga se revelará mortal. La última escena, precisamente, muestra a Mimì desfalleciente, justo después de haberse reencontrado con Rodolfo, su verdadero amor, para morir en silencio, rodeada por sus amigos y su desesperado amante, que es el último en comprender el drama que acaba de tener lugar.
Esta última escena me hizo emocionar hasta las lágrimas. Mérito de Puccini, y de los protagonistas. Pero definitivamente no del director de escena. Oscar Barney Finn, reconocido por su labor como director de cine, decidió montar una ficción dentro de otra ficción: dispuso la escenografía como si se tratara de un set de filmación. Se ve con claridad que los decorados son sólo eso: decorados. Que la nieve es falsa, arrojada por dos ayudantes de utilería desde lo alto de una estructura metálica. Se ven los reflectores, los utileros que arman la escena a la vista de todos entre acto y acto, las paredes desnudas del fondo del teatro, habitualmente cubiertas por piadosos telones de fantasía que representan ser algo diferente de lo que en realidad son; vale decir, algo más que simples telas o cartones pintados. Se trata de un producto típico de la posmodernidad, o como quiera que llamemos a la corriente estética propia de nuestros tiempos. No hay ocultamientos. La matriz del espectáculo es un espectáculo en sí mismo. Es la muerte de la ilusión, el advenimiento de la realidad con toda su fuerza.
Todo esto está bien, en el sentido de coincidir con una estética fin de siècle XX que hoy ya es de inicio de nuevo milenio. Pero no está bien en el sentido de lo narrativo. Por supuesto, todos sabemos, cuando vamos al cine, al teatro o a la ópera, que eso que vemos sobre el escenario o en la pantalla no es una realidad, sino una representación. Que quienes actúan no son los verdaderos personajes, sino actores que los representan. Pero el mérito de un buen actor reside, precisamente, en hacernos olvidar esa distancia. Con nuestra aceptación, el actor nos convence de que es verdad que sufre, o que se alegra, y nosotros sufrimos o nos alegramos con él. Catarsis, es el nombre que recibe desde la psicología esta mecánica, y es un concepto que heredamos de los antiguos griegos. Pero Barney Finn quiere arrancarnos de esta ilusión, haciéndonos notar que es mentira que Mimì se muere. Nos muestra que se trata solamente de una actriz, representando un personaje. ¿Y cómo sería posible emocionarse de la misma manera frente a la muerte de una enamorada en el climax mismo de un drama romántico, que ante la representación de una filmación que a su vez pretende representar la muerte narrada? ¿Para qué poner distancia allí donde se espera que las distancias se anulen? ¿Para qué declarar que es una simple ilusión aquello que para tener sentido tiene que resultar creíble?
La crítica, en definitiva, no es para Barney Finn. Al fin y al cabo él se ha limitado a ser coherente con una estética contextual que supera sus propias intenciones. La crítica es al contexto. Es un señalamiento que apunta a mostrar cómo las líneas entre lo real y lo ilusorio están entrando paulatinamente en crisis. Donde antes las fronteras estaban claras, y lo real era real, y la ilusión ilusoria, hoy nada parece estar delimitado con tanta precisión. Todo parece desvanecerse en el aire. Y nadie parece afligirse demasiado por ello. Es razonable, supongo. En realidad resulta mucho más sencillo soportar las atrocidades del mundo (e imagine aquí el lector las que prefiera, que el catálogo es generoso), si en el fondo de nuestro fuero más íntimo somos capaces de convencernos de que ellas no merecen más atención de nuestra parte que una simple y mera ficción.
miércoles, agosto 30, 2006
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3 comentarios:
Mientras Barney Finn derriba las bambalinas para una exhibición impúdica que arrebata el ensueño y erradica la ilusión; Vuelo 93 tiene en vilo a la platea, como el mejor thriller de suspenso, a la espera de un final que, nadie recuerda, conocemos de antemano...
Rara mezcla de Musetta y de Mimí, ¿no?
dice Bookchin, el anarquista ése: "no somos más que grillos en el campo, gritándonos unos a otros".
Igual de infeliz que los personajes gritando sus pesares.
Es muy lindo lo que escribiste, Germán. Me quedo con estas reflexiones sobre la disolución de límites ficción-realidad para pensar. Ves es en eso aspectos negativos?
ah, y felicitaciones por la niña!
Aspectos negativos los hay. También algunos positivos, supongo. Es difícil analizar las cosas cuando uno está en medio del proceso que se analiza. Pero es bueno, por lo menos, ser capaces de saber que lo cierto es que esos límites se disuelven, para estar prevenidos. El resto es la historia de siempre: lo relativo de la mirada de cada quien y de cada cual. Gracias por comentar.
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