domingo, abril 15, 2007

Hablando de Dios... (humor agnóstico)


El hombre y sus creencias. Le ponemos a Dios rostro de hombre porque nos place, en lugar de imaginarlo mujer, que de ella es que surge la vida. Cometemos las mayores atrocidades en su nombre, que solemos invocar en vano. Y como si eso fuese poco solemos tener la jactancia de pretender que comprendemos sus divinos designios.

El cuento que sigue es conocido, pero tan bonito y aleccionador que vale la pena dejarlo asentado por escrito. Es la historia de un pueblo azotado por una inundación, producida por torrenciales lluvias. Pocos kilómetros arriba del pueblo hay un dique, que a causa de la crecida amenaza con ceder en cualquier momento. Por eso es que las autoridades han decidido evacuar a todos los habitantes. Las lanchas de la defensa civil recorren las calles, tapadas por el agua, para socorrer a los últimos rezagados. Entre ellos se encuentra el Padre Lorenzo, que resiste en su parroquia, indiferente al hecho de que el agua ya no permita ver los mosaicos del piso y amenace con cubrir dentro de poco el mismo altar.

- ¡Padre!... ¡Véngase con nosotros! ¡La presa va a ceder en cualquier momento!, le gritan los socorristas.

Pero el sacerdote permanece indiferente a la emergencia.
- No se preocupen, hijos míos. Yo sé que Dios no ha de abandonarme.

Esta escena se repite una, dos, cinco veces. Y siempre la respuesta del padre es la misma:
- ¡Vayan ustedes! ¡Yo me quedo a cuidar mi iglesia! ¡Y quédense tranquilos, que yo tengo fe en Dios, que no me va a abandonar!...

El agua, finalmente, hace ceder el dique. El valle se inunda por completo, las casas son arrasadas por la fuerza de la torrentada, y con ellas la modesta iglesia, que se derrumba completa, sin ofrecer resistencia.

El Padre Lorenzo, de quien de más está decir que muere ahogado, como ha sido un hombre bueno llega al cielo, donde lo recibe Dios en persona. Y humano, al fin y al cabo, el padre no puede reprimir su reproche:
- Dios mio, dios mío... Yo me quedé a cuidar tu iglesia, cuando todos huyeron del pueblo. Yo tuve fe en que no ibas a abandonarme...

Y Dios, magnánimo pero explícito, frenó con un gesto lo que el sacerdote le iba diciendo para indicarle:
- Lorenzo, has sido un buen sacerdote, pero también un necio. Yo jamás te he abandonado. Cinco veces rechazaste la lancha que yo te enviaba para que te fueras de allí...

Así son las cosas con el Señor. No hay manera de comprender cabalmente sus designios. Y jamás sabremos si al intentar no defraudarlo, no estaremos en realidad despreciando la mano que se extiende para ofrecernos su divino obsequio.

1 comentario:

Germán A. Serain dijo...

Esta anotación fue escrita en realidad hace unos meses atrás, pero nunca había sido publicada. Una idea muy similar, con respecto a los designios del destino, fue elaborada más tarde en otro texto que sí fue publicado. Pero hoy algo me hizo recordar las circunstancias en las cuales estas líneas fueron escritas y decidí darles finalmente el lugar que merecían en este blog.