El Oráculo de Delfos, que sin duda también algo sabría de tarot y otras artes mágicas similares, jamás se equivocaba en sus predicciones. Y no porque pudiese adivinar verdaderamente el futuro, tan oscuro para él como para nosotros, los mortales, tarotistas incluidos, sino porque sabía manejar adecuadamente las interpretaciones. Ante cualquier consulta, su respuesta siempre era lo suficientemente ambigua. Igual que la lectura, siempre múltiple, siempre divergente, siempre borrosa, de cuatro cartas, una bola de cristal, una borra de café o las señales divinas. En casos de divergencia entre lo predicho y lo finalmente acontecido, el oráculo se limitaba a mostrar cuál era la correcta interpretación de sus palabras. Vale decir, cuál era la interpretación que -según él ahora declaraba- se debía haber dado a las mismas, de no haber mediado la torpeza de los hombres, que todo creen saberlo y en verdad nada saben.
Por supuesto, esta interpretación del oráculo era real y siempre efectiva, pero solamente luego; vale decir, una vez a la luz de lo efectivamente sucedido con aquello sobre lo cual la predicción versaba, cuando los hechos en cuestión todavía no eran tales.
Luego, por supuesto, tenemos otros aspectos del tema, cuestiones tales como la fe ciega, que mueve montañas, conocida asimismo a veces como predicción autocumplida. Y quizás también debamos mencionar aquí al destino, quién se atreverá a negarlo, que del mismo tan poco sabemos, ni siquiera hasta qué punto podremos llegar a modificarlo o no a través de nuestras actitudes y libre albedrío, para el caso de que sea cierto que de tan divino presente podamos disponer.
Si el destino existe, inconmovible, al margen de nuestras acciones, lo cierto es que no vale la pena esforzarnos demasiado. Salvo que, por supuesto, dichos esfuerzos estén escritos, también ellos, de antemano en nuestro destino. En cuyo caso de poco valdrá la pena amargarnos. Aunque, claro está, es también probable que dicha amargura, etcétera.
¿Y a cuento de qué viene toda esta diatriba? No es de extrañar que surja esta pregunta. Puesto que también ella estaba prevista, seguramente, de antemano. Y estas mismas palabras que escribo, sin ir más lejos: tal vez no las escriba yo por mi voluntad, sino que me veo obligado a escribirlas, pues ya estaba escrito de antemano que así sería. Es el oráculo quien me dicta lo que debo hacer. Yo, simplemente, consciente como soy de que no debo, simplemente no logro resistirme.
jueves, febrero 01, 2007
Dice el oráculo...
Publicadas por Germán A. Serain
Etiquetas: Reflexiones
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3 comentarios:
"Recuerda que, a veces, no conseguir lo que quieres es un maravilloso golpe de suerte."
(¿Por qué será que a veces uno sabe que una sentencia es cierta y sabia, pero así y todo no logra creer en lo que ella declara?...)
No sé por qué, pero no me gusta la idea de que las cartas ya estén echadas y tengamos un final ya previsto. Prefiero pensar que cada uno puede armar su destino a su gusto, pero hay veces que nos topamos con tantas piedras, que empiezo a dudar.
Y sí, puede ser, uno puede no conseguir lo que quiere y conseguir algo mejor y revelador.
Y justo hoy por la mañana me levanto, voy al baño con un libro tomado casi al azar (suelo hacer esto: el baño es un lugar tranquilo para leer, después de todo), lo abro sin mirar dónde, y me encuentro con la siguiente sentencia de Ana María Shua:
"Todos creerían en el Apocalipsis si estuviera aquí: su postergación es, en cambio, indemostrable."
Me pregunto con cuántas otras cosas nos sucede lo mismo todos los días, inevitablemente.
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